Debió ser un día gris y lluvioso cuando los niños y niñas, chicos y chicas, madres, padres, entrenadores y entrenadoras y todos aquellos que desinteresadamente dedicaban su tiempo a hacer realidad un lugar de encuentro llamado Porriño Baloncesto Base escucharon que habían sido traicionados por alguien en el que habían depositado su confianza, dejando al club en un estado económicamente precario.

Supongo que ese individuo no debió ver nunca lo que yo he tenido suerte de ver en el campus que organizan anualmente: jóvenes de clubes rivales compartiendo sonrisas, discapacitados arropados por cientos de chavales, madres, padres cocinando y colaborando en su tiempo de vacaciones. Pero especialmente recuerdo a esa mujer que una semana antes de que el cáncer le ganase la partida, aún pensaba en luchar con los fogones, como lo hacía todos los meses de junio desde hacía años.

Ahora es el momento de que todos nos acordemos de ellos y de los profesionales que en algún momento apostaron su futuro y el de sus familias por un bonito sueño que no debe desaparecer.