Un miembro de un equipo de Greenpeace, desplazado a Fukushima City para medir los niveles de radiación, cuenta que lo que más le impactó no es la medición de los radiómetros sino las historias rotas de miles de personas que han tenido que dejar atrás su tierra, su casa y su vida.

La gente ya no dice ¡hola! al encontrarse... ahora se pregunta ¿cuál es tu número? Esto nos lo contaba Sadako Monma, un habitante de Fukushima City, en 2012. Con "número" se refieren a los milservets que marca cada radiómetro individual. Su ciudad estaba ya entonces en descomposición.

Los que se marchan dejan todo atrás y para los que se quedan la vida es dura. En muchas localidades solo está permitido estar fuera de casa ocho horas al día. A otras se puede ir solo los fines de semana. En todas ellas las medidas de precaución son necesariamente paranoicas: se trata de exponerse lo menos posible al monstruo invisible de la radiación. Ni siquiera está permitido que los niños jueguen en la calle.

Otros pueblos han corrido peor suerte y fueron completamente evacuados. Sus habitantes tal vez nunca vuelvan.

En los alrededores y por las laderas de las montañas colindantes, miles de bolsas negras de tierra contaminada se van apilando. Es el esfuerzo del Gobierno para descontaminar la zona. Pero es inútil. La radiación siempre gana, porque tiene todo el tiempo del mundo. Proponemos al presidente del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) de España, D. Fernando Martí, emplee sus vacaciones en recorrer Chernóbil y Fukushima para tomar conciencia de la apocalíptica realidad.

No a la energía atómica de una ciencia sin conciencia. Sí a las energías alternativas. Evitemos otros Chernóbil y Fukushima.