Madaya es una suerte de Numancia del siglo XXI. Una ciudad en ruinas donde la peor parte no se la llevan los milicianos rebeldes acorralados por el régimen de Al Assad bajo el lema "arrodillaos o morid de inanición", sino los miles de civiles que malviven entre sus escombros. Muchos de ellos se han intoxicado por comer hierba, otros han sacrificado perros y gatos para poder alimentar a sus hijos, y la mayoría sobrevive bebiendo agua con sal. Poco podemos esperar de un sátrapa que heredó el poder de su padre, y al que se aferra con la nada desdeñable ayuda de Vladimir Putin. Pero me pregunto qué será de Asma, su mujer; otrora la quinta esencia del glamur y la elegancia, un soplo de aire fresco en un Oriente atenazado por tradiciones arcaicas. Como mujer y madre, debe sentir un mínimo de piedad por los miles de niños sirios en riesgo de muerte por hambre e inanición, por los que malviven en los campos de refugiados y los que perecen en aguas del Mediterráneo.

En la era de la tecnología digital, los hombres siguen luchando por el control de los recursos y el reequilibrio de fuerzas hegemónicas. Siria es un claro ejemplo de ello. Como contrapartida, miles de vidas inocentes truncadas, infancias robadas en un mundo hostil con la paz y la tolerancia.