Quienes, como es mi caso, tuvimos la suerte de ser amigos de Matías Fernández-Pedrera y hace pocos días recibimos el duro golpe de su marcha, después de una relativamente breve, aunque grave enfermedad, que solamente fue capaz de doblegar su resistencia física -o no lo recordaba enfermo en ninguna ocasión anterior y sí siempre trabajando con apasionamiento en todos sus quehaceres- pero no su ánimo y su afán de servicio a los demás, somos conscientes de su generosidad al vivir como padre de familia, como emprendedor empresarial, como colaborador de iniciativas educativas y culturales en beneficio de su ciudad y de los vigueses.

Matías concebía la amistad como servicio, como acogida afectuosa, sin buscarse a sí mismo, con sentido honda y sinceramente cristiano. Desde su ingreso, muy joven, en la Escuela de Peritos Industriales de Vigo y profesional de prestigio nada más terminar sus estudios, y más tarde profesor de su antigua Escuela universitaria, lo fue también de la desaparecida ETEA, a la que prestó su colaboración desinteresada al hacer su servicio militar en la Armada, que pronto descubrió su competencia técnica. Su gran capacidad para la amistad y su fraternal espíritu de servicio a todos era patente en su dedicación a su familia, pero también en su entrega al mejor servicio de su ciudad, lo que le llevaría a aceptar ser concejal, llamado por el alcalde Antonio Ramilo, en momentos difíciles.

Pienso que Matías Fernández-Pedrera, que se nos acaba de ir dándonos ejemplo de aceptación amorosa del querer de Dios y sabiendo ofrecerle su dolor, fue un ejemplo claro de lo mucho que se puede hacer en esta vida cuando se la enfoca con el deseo de servir, empezando por la familia, los amigos, los vecinos, y que, al mismo tiempo, es una muestra de ese carácter emprendedor vigués que es tan emblemático de esta ciudad.