Cuarenta y un años han pasado ya desde que nuestra protagonista de esta historia, ya pasada la sesentena en estos momentos, finalizaba sus estudios de Secretariado, lo que hoy conocemos como Administrativo, y coincidía en el tiempo con la apertura en esta ciudad de un parking subterráneo céntrico como ninguno, novedad absoluta en nuestra ciudad en los años 70.

Esta coincidencia en el tiempo, entre la finalización de los estudios y la oportunidad laboral que se presentaba en ese instante, hizo que nuestra protagonista optara a formar parte de la familia, plantilla, empresa, llámenlo como gusten, de esta nueva empresa y servicio que se afincaba en nuestra ciudad. Como ya supondrán ustedes esta persona consiguió el puesto y junto como otras 6 ó 7 personas comenzaron a prestarnos un servicio a los clientes.

Tras cuarenta y un años prestando servicio todas esas personas que iniciaron el camino en esta empresa están felizmente jubiladas y disfrutando del merecido descanso después de muchos años de trabajo. No así nuestra protagonista puesto que, habiendo empezado con diecinueve años a trabajar hoy se encuentra a las puertas de soplar su vela número sesenta y uno.

En estos cuarenta y un años las historias que han transcurrido han sido variadas y las hay de todos los tintes y colores, clientes que son como de la familia, personas amables, personas menos amables, incluso algún atraco cuando aún no existían las ventanillas de seguridad a las que hoy en día estamos tan acostumbrados.

Cuarenta y un años han pasado y ahora, tras esta larga andadura, el parking cierra sus puertas, comprendiendo que tras tantos años las instalaciones necesitan un reciclaje, que se ha de adaptar a estos nuevos tiempos donde los servicios y las instalaciones han de estar a la última.

Pero, ¿qué ocurre con los empleados del parking? Todos hemos leído que el parking cierra, que necesita una reforma, que habrá una nueva concesión, pero nadie ha hablado de las personas, de las familias que pierden unos ingresos. ¿Qué futuro les espera a ellos? A punto de soplar sesenta y una velas y un buen día, la luz se apaga.