Para un aficionado del Barcelona, que su equipo gane, incluso fuera de casa, a un equipo como el Celta de Vigo no deja de ser una victoria más, sin mayor trascendencia. Pero para un aficionado del Celta, que su equipo haya ganado por 4-1 al Barcelona es, seguro, mucho más que una victoria.

El miércoles 23 de septiembre, mis hijos fueron a Balaídos para ver a su equipo. El mismo ritual de cada partido, los bocatas en las mochilas con sus batidos, las camisetas celestes impecables, con la salvedad de que en esta ocasión les tocaba ver, por primera vez, cómo jugaba su equipo frente al Barcelona. Emocionados por lo que supone ver tan de cerca a tanta estrella junta, animados y dispuestos a dejarse la voz en las gradas, como el resto de la afición, para animar al Celta y asimilando y casi resignándose a que, probablemente, esta vez el resultado no sería muy favorecedor para los de casa, aunque siempre orgullosos de su equipo.

El partido fue impecable, un partidazo. El estadio vibró, hicieron la ola, en resumen fue un momento histórico. Un resultado que ni nos podíamos creer. El pez chico se comía al grande y el público totalmente entregado.

Los chicos volvieron a casa satisfechos y ya desvelados por el horario y, como no, por la emoción contenida de ver semejante proeza.

Muchos de nosotros nos preguntamos qué anécdotas y qué momentos guardarán en su memoria y en su alma nuestros hijos y si formaremos parte de esos recuerdos. Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que la victoria del Celta frente al Barcelona formará parte de la memoria de muchos de ellos.

El día de mañana, estoy convencida, cuando mis hijos sean mayores y obviamente su padre y yo ya no estemos aquí, contarán a sus nietos como momento imborrable en su memoria el día que su padre les llevó al fútbol a ver jugar al Celta de Vigo frente al Barcelona y que les ganamos por 4-1.

Gracias, Celta, Cuerpo Técnico y plantilla, por regalarnos un momento para recordar.