Con harta frecuencia contemplo la bella y repetida escena protagonizada por grupos de niñas y niños que pululan por los alrededores de los centros Cultural y Social de la extinta Caixanova que, convertidos en aulas externas, acogen una complementaria escolaridad de unos peques que en su desfile, y pese a la cariñosa disciplina impuesta por sus maestros, nos agasajan con la generosa y alegre vivacidad de su natural comportamiento.

Confieso que cada vez que me cruzo con ellos, sin proponérmelo, me invade una doble emoción de añoranza por el recuerdo de mi ya lejana estancia de estudiante en Londres, donde por primera vez vi esta metodología de la formación y, sobre todo, por la tristeza de la desaparición de la Caja que proporcionó tan interesante complemento educativo, y porque al contemplar este retazo de una ingente aportación al bien común aflora la inquietante duda -más bien certero temor- de ¿Qué será de la Obra Social de la Caja?

La ya menoscabada actividad que se nos ofrece está posibilitada por la existencia de soberbias instalaciones y por el remanente de las dotaciones anuales que la Caja hacía. Llana y simplemente los dividendos que, al carecer de accionistas, se distribuían entre la comunidad, tal como rezaba en uno de sus eslóganes publicitarios: "Estos son nuestros dividendos".

El banco surgido de Novacaixagalicia no puede mantener aquella filosofía porque los dividendos corresponden al rendimiento de la inversión de los accionistas y la irrisoria e inconcebible consideración que en este sentido se le dio a la Caja, con inmoral evolución hasta el cero absoluto, supone que sus dividendos, que iban a ser insignificantes cuando el banco pudiera abandonar la senda de pérdidas y la cuenta de resultados cambiase de signo, ahora se hayan esfumado por completo. Es decir, en todo caso, no podemos ignorar la inutilidad de pedir peras al olmo.

¿Hemos de resignarnos a tan luctuoso futuro? Por supuesto que no, y a políticos y fuerzas vivas corresponde empezar, sin pérdida de tiempo, a arbitrar los medios que minimicen el desastre. Sin nostalgia, y poniendo los pies en el suelo, aceptemos que lo que teníamos no es una golondrina y no volverá. Pero dudosas subvenciones públicas y aisladas aportaciones empresariales -el nuevo banco, por su origen obligatoriamente en primera fila-, unificadas y bien gestionadas podrían hacer que el enfermo diagnosticado de muerte aguante con un soportable achaque.

Hay que insistir en ello concienciándose seriamente del problema a que nos enfrentamos. Salvo por lo que atañe a la filosofía y cultura empresarial, la vertiente financiera de la Caja puede y debe ser atendida por el nuevo banco, pero este no podrá cubrir el hueco de una ingente Obra Social que dejó realidades tan señeras como el Colegio Universitario -precursor y catalizador de la actual Universidad-; el prestigioso Centro de Formación Profesional, que es el Colegio Hogar; la Escuela de Negocios, reconocida internacionalmente y donde ya han ampliado su formación miles de posgraduados y directivos de empresa; la Escuela de Secretariado; las becas de estudios, patrocinio de investigaciones, subvenciones, teatro, cine, conferencias y exposiciones, clubes de jubilados y guardería infantiles. Un protector manto que ofreció su confortable abrigo en todo el ámbito de actuación de la Caja, haciendo que en la zona de influencia la inmensa mayoría de los ciudadanos nos sentíamos profunda y justamente orgullosos del mecenazgo cultural y asistencial que alimentó el beneficio generado por el negocio financiero de nuestros ahorros. Ahora, al asumir la cruel realidad, se impone buscar alternativas que la minimicen, porque de no hacerlo pronto tendríamos que preguntarnos con amargada añoranza ¿Y la Obra Social de la Caja?