Si la paternidad y la maternidad nunca fueron una tarea fácil, hoy, por los cambios sociales y culturales, lo son mucho menos, ya que así como se trata de que los progenitores se impliquen más en el cuidado y atención de sus hijos, no se les insiste tanto en que se impliquen verdaderamente en su educación y en mantener el compromiso que originó el matrimonio de sus padres, ya que estamos viendo, por desgracia, el desconcierto y el fracaso de los hijos de padres separados, convertidos en auténticas víctimas de un prototipo social que no acaba de resultar satisfactorio, ya que los maridos, que han fracasado como esposos, pero quieren seguir siendo padres, no acaba de cuajar, porque ese binomio, madre-hijo-padre, para construir un triángulo que imita a la familia; pero no lo es, trata de preparar al hombre para ser un nuevo papá; pero no para ser un nuevo marido que da prioridad a la paternidad sobre el matrimonio, y los hijos necesitan compromiso, no ir de acá para allá para mantener algo que solo se mantiene por razón de ellos.

El nuevo modelo elimina lo que afirma con lo que niega, porque la educación de los hijos fracasa cuando el resultado son niños superegalados o pequeños tiranos o con conflictos psicológicos serios como la ansiedad o cuadros depresivos o de angustia, que tanto proliferan hoy.