En los países en los que está consolidado desde hace años el sistema de partidos políticos como, por ejemplo, EEUU, Gran Bretaña, Francia o Alemania, la alternancia en el poder es un hecho consustancial al mismo sistema y, por ello, una vez asume el gobierno quien ha ganado las elecciones y lo abandona quien las ha perdido, como es lógico, no pasa nada, no se resiente el sistema y nadie altera el orden público. Lo mismo sucede si, después de unas elecciones un partido político ve ratificada su gestión con los votos y continúa ejerciendo el gobierno, como sucedió en Galicia hace unas semanas.

En dichos países tienen muy claro que el voto da la soberanía al Parlamento y el poder a quien ha ganado las elecciones y aun cuando en todos esos países el derecho a manifestarse está plenamente reconocido y la huelga es el instrumento de los trabajadores para defender sus reivindicaciones, en ninguno de ellos se admite que la calle sustituya al Parlamento y, por ello, dejan gobernar a quien gana las elecciones pues si no están de acuerdo con su gestión en los siguientes comicios podrán cambiar al gobierno, pero no antes.

Perder el poder no lo desea ningún partido político, pero también es cierto que donde hay seriedad se reconoce que los ciudadanos tienen derecho a manifestar su opinión e incluso a cambiarla y por ello otorgar el voto a quien les parezca oportuno. Es cierto que, a veces, la pérdida de unas elecciones aparece como algo incomprensible e, incluso, como un desagradecimiento colectivo. Así le ocurrió a Churchill, quien después de haber ganado la más terrible guerra mundial, de ser considerado un héroe al haber salvado a su país del enemigo nazi, una vez concluida la guerra, en las primeras elecciones es derrotado por el laborista Attlee, y no pasó nada. Unos años más tarde Attlee, a pesar de poner en marcha el estado del bienestar en Gran Bretaña, sobre todo al organizar el sistema de Seguridad Social, como se le fue la mano con las nacionalizaciones, que generaron numerosas pérdidas y la caída de la competitividad de su economía, perdió las siguientes elecciones y allí nadie salió a la calle. Como remate la Reina nombró a Attlee Lord sin que a éste se le cayesen los anillos, y eso que era laborista que, traducido a nuestro país sería socialista.

En esos países el partido que haya perdido las elecciones por una nefasta gestión pública, dejando en quiebra a la nación, lo habitual es que sus dirigentes presenten la dimisión e inicien una reflexión silenciosa que les dé fuerzas para la travesía del desierto, y no sean los instigadores de las revueltas contra el que ganó las elecciones, que tiene que administrar la gravosa herencia que ellos dejaron. Pero la memoria es débil y como decía Calderón de la Barca "presto se consolaron los vivos de quien murió!..."

Pero esas reglas de funcionamiento democrático no siempre se han aplicado. Quien no conoce el informe de Jan Kozak, miembro de la Secretaría del Partido Comunista de Checoslovaquia sobre "Cómo puede desempeñar el Parlamento una función revolucionaria en la transición al socialismo", deberá leerlo pues es una guía perfecta de cómo conseguir que un Parlamento democrático sea destruido por la combinación de la presión "desde abajo" ejercida por organizaciones minoritarias, que no solo deben de ser partidos políticos, y la presión "desde arriba" que deben ejercer en el Parlamento esos partidos minoritarios. Como señalaba Kozac la presión desde abajo debe de compensar la debilidad numérica de esos partidos en el Parlamento.

En ese informe se relata cómo con esa combinación, en febrero del año 1948, se consiguió que un partido minoritario, como el Comunista, con la colaboración de otros partidos de izquierda, consiguieran tomar el poder en Checoslovaquia, eliminar un Parlamento y un sistema democrático e implantar una dictadura del proletariado que duró hasta la caída del muro de Berlín. Como señaló el diputado laborista inglés Morison de Lambeth, en una semana un régimen parlamentario que actuaba con una mayoría no comunista fue derrocado por una astuta técnica que permitió un asalto al Parlamento de una minoría que dejó impotente a una mayoría democrática.

La moraleja es clara "cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar", lo que algunos anuncian ahora en España de una presión en la calle para derrotar a quien democráticamente ha ganado las elecciones no es nuevo, ya tenemos el precedente de lo que sucedió en Praga de 1948 y que terminó con uno de los regímenes democráticos más estables de centroeuropa. La conclusión también es clara: quien quiera gobernar que gane las elecciones.

*Vicesecretario del PP de Vigo