...En el retrato de Mamed nada delata al asesino. Su rostro lo mismo puede ser el de un monje penitente que el de un hidalgo sombrío... Así describe Valle Inclán al famoso bandolero Mamed Casanova, más conocido como Toribio. Nacido en 1882 en la parroquia de Grañas del Sor (Mañón), desde muy joven empieza a manifestar una gran rebeldía, llamando la atención con algunos hurtos de poca monta y un acto sacrílego: abrir la tumba de un indiano recién sepultado y despojarlo de su traje y anillo. Pero su primer tropiezo con la justicia ocurre cuando tenía 17 años, en un baile parroquial propinó una paliza a un joven matón y también al alguacil que le reprobó tal comportamiento. La trifulca le costó a Mamed visitar la cárcel por vez primera. Pero los hechos más graves ocurrieron una noche del mes de noviembre de 1900, una cuadrilla de individuos, dícese que liderados por Mamed, asaltaron manu militari la casa rectoral de Grañas. Al ser reconocidos por la criada –el clérigo se escapó por la ventana– alguien disparó un tiro que acabó con la vida de la desdichada mujer. Durante un par de años Mamed anduvo prófugo de la justicia, protagonizando fugas espectaculares y ocupando los titulares de varios periódicos, entre ellos El Liberal de Madrid, en el que aparecía como el bandido de Mañón. Escurridizo y con agallas, burlaba todas las persecuciones de la Guardia Civil, que irónicamente uno de sus cometidos era perseguir el bandolerismo rural. Armado hasta los dientes y con una puntería excepcional, apresarlo era todo un reto para el Cuerpo. Se llegaron incluso a ofrecer 300 duros de recompensa para quién informara de su paradero. Pero en 1902 el cura del Freijo (As Pontes), que decía ser su amigo, le tendió una trampa invitándolo a comer a su casa. En la comida Mamed se quitó las armas, lo cual aprovecharon los guardias que estaban escondidos para encañonarlo y apresarlo. Declarado culpable en la Audiencia de La Coruña (1903) fue sentenciado a morir ejecutado en el garrote vil, aunque más tarde Alfonso XIII le conmutaría esa pena por la de treinta años. En su recorrido penitenciario llegó a liderar motines de protesta por las condiciones inhumanas en que vivían los presos. En 1911, supuestamente con las facultades mentales muy alteradas, quería escribirle al capitán general y exponerle un proyecto relacionado con la construcción de cañones para la Armada. Como es obvio, nadie le hizo caso.

Los hechos biográficos demuestran que Mamed no fue el criminal que presentaron las crónicas periodísticas de la época, incluso quedaron muchas dudas y flecos sueltos sobre el único crimen que le fue imputado, ni tampoco el héroe construido por el imaginario popular. Su personalidad está más acorde con la del antihéroe. Es evidente que era un joven astuto y con valor, pero con poca conciencia social para percibir las grandes injusticias de su entorno. Mamed tiene poco en común con aquellos bandoleros románticos como fueron José M. Palagio, El Tempranillo, o Juan Mingolla, Pasos Largos. Éstos pertenecían a la casta aristocrática del bandolerismo. A Mamed lo podemos situar dentro de la clase baja de esta especie puesto que, más allá de unas cuantas memorables fugas y alguna rebelión carcelaria, en su vida no hay ningún componente realmente heroico. Si como se dice obtuvo la libertad a los 42 años, aún tuvo la oportunidad de haberse reinsertado a la sociedad de aquella España convulsa de finales de los años veinte y principios de los treinta. Incluso en 1936 pudo haberse enrolado en alguno de los bandos que se estaban matando, pues en aquellos días no se pedían certificaciones de buena conducta para ir a morir al frente. Al menos si hubiera caído así, lo hubiera hecho con cierto honor. Sin embargo, eligió el humillante camino de la indigencia para volver a su aldea, a visitar no se sabe quién, quizá algún amigo o simplemente vengarse de aquel clérigo que lo había traicionado y seguramente cobrado la recompensa. En todo caso, su vida terminó en el más cruel de los anonimatos. Mamed, probablemente, ha sido el último bandolero de su especie.