Durante estos meses se ha venido celebrando en algunos, pocos para la trascendencia que tuvo en su época, lugares de Galicia el bicentenario de las acciones militares contra los franceses en la Guerra de Independencia patria; acciones que en esta tierra de frontera se iniciaron en Couto de Rozas con la proclama de Don Mauricio Troncoso de Lira y Soutomayor, tío abuelo de quien escribe, y terminaron con la victoria de Pontesampayo, alfa y omega de la rebelión, donde nuestros antepasados testimoniaron, muchos con su muerte, una de las páginas más gloriosas de la historia de España, que ya en su día honraron con iniciativa digna de recuerdo los gallegos residentes en Madrid bajo el padrinazgo del Centro Gallego de la capital.

Con mayor o menor fortuna se ha recordado este capítulo de unión hispano-portuguesa, pues no podemos ignorar el protagonismo de nuestros vecinos, especialmente "miñotos", en la derrota de Napoleón. Bicentenario revivido, en algunos casos, con historietas de dudosa veracidad y en otros con histriónicas presencias, que además de provocadoras por quienes las han apadrinado con dinero público, como es el caso de Vigo, ofenden la memoria de nuestros antepasados que escribieron una página de heroísmo frente a la cobardía de importantes sectores sociales del Viejo Reino.

La Guerra de Independencia en el Sur de Galicia y Norte de Portugal, desde una perspectiva militar, favoreció sensiblemente la organización del ejército anglo-hispano-portugués que en sucesivas batallas consiguió la expulsión de los franceses de la Península, con notable presencia de nuestros lugareños organizados por caudillos locales de las más variadas condiciones que dieron ejemplo excepcional de eficacia y valentía pocas veces igualado en la historia militar, no sólo de Galicia, sino de la Península. En la acción de Vimieiro, primera derrota de Junot, ya están milicianos de Tuy y Monterrey y en la represalia de Soult ejecuta sobre el Pazo do Barreiro, desde el que escribo este recordatorio, los vecinos de Villar y Couto se refugiaron en Melgaço, que meses antes ya había declarado la guerra al Emperador. Y así cuando el Consejo de Regencia concede la Cruz Supernumeraria de Carlos III a los abades de Villar-Couto y Valladares por el "sitio y reconquista de Vigo y Tuy" –como reza en la credencial– también condecora a los oficiales portugueses Don Juan Almeida y Sousa, Don Joaquín Pereira de Castro y Don José Rodríguez Gómez, por su ayuda en aquellos trágicos y a la vez gloriosos sucesos. ¿Qué hubiera pasado si Soult llega a dominar la costa portuguesa antes del desembarco de Wellesley con el ejército de reserva inglés? Seguramente la guerra se habría prolongado mucho más tiempo con resultado incierto, y de ganarse, con mayores pérdidas tanto humanas como materiales, al enlazar el Duque de Dalmacia con Junot y dominar la línea Tajo-Duero, que sería la base logística y de operaciones de las sucesivas batallas que diezmaron y derrotaron al Ejército francés.

Tras las derrotas de Medina, Astorga y Elviña con el sacrificio del Batallón Literario –suceso ignorado por la cultura universitaria de "cortello" ahora dominante– y donde muere un hermano estudiante de leyes de nuestro personaje, los franceses dominan Galicia que abre sus ciudades muradas en una capitulación que mereció los peores reproches de la Junta Central de Reino, rectificada más tarde a la vista del heroísmo de nuestros paisanos.

Mientras tanto en las tierras fronterizas de Melgaço, y jurisdicciones de Alveos y Crecente, siguiendo órdenes de ola Romana, acantonado en Lobeira y figura injustamente silenciada, tienen lugar cuatro decisiones de gran trascendencia: orden de neutralizar o destruir las barcazas que desde Filgueira hasta Valença facilitaban el paso del río, obligando a Soult a entrar en Portugal por Chaves; sublevación de la Paradanta promovida por el Abad de Villar y Couto, Mauricio Troncoso de Lira y Sotomayor, materializada en las batallas de los puentes de Mourentán, Esmoriz, Tain y Achas; cerco y liberación de Tuy y Vigo, y creación de un ejército regular que sería la base de la División del Miño constituida en Ponteareas el 14 de abril de aquel año, terminando todo en Pontesampayo, broche de oro, donde en combate regular sufren los franceses una derrota que merece los mismos honores que Bailén, Arapiles y Vitoria, ahora ignorados en este proceso de desnacionalización emprendido por el aldeanismo de unos y tolerado por la cobardía de los más.

En esta tierra de las jurisdicciones de Creciente y Achas, el General-Abad del Couto, -nombramiento del Marqués de la Romana y como le gustaba titularse- organiza una fuerza con estructura militar que se enfrenta al ejército de Soult en la línea entre el Ribadil y Deva en acciones que si bien pudieran parecer inútiles, tuvieron una trascendencia enorme en el desarrollo posterior de la guerra y en la forma de conciencia de que los franceses no eran invencibles. Fueron tan eficaces las acciones de las gentes de la Paradanta, Melgaço y Ribeiro, que un Cuerpo del Ejército, seguramente el más poderoso de la "grant armae" mandado por el mejor táctico de Europa, como el titulaba el emperador a su cuñado, que por dos veces en 15 días en auxilio de los milaneses, cercados por los austriaco, recorrió los 300 kilómetros que hay entre Grenoble y Milan a través de los Alpes Saboyanos, tardó el mismo tiempo en hacer 50 kilómetros que separa el río Deva de Orense, arribando a esta plaza con 2.000 bajas entre muertos y heridos.

Un capítulo muy importante de la historia militar de España en la Guerra de Independencia digno de recordarse con todos los honores del sacrificio y heroísmo que promovió en esta tierra un Troncoso de Sotomayor, que al igual que sus antepasados frente a los ingleses en Bayona y A Coruña y más tarde en la línea Peneda-Barxas, –de ahí que dicho río se identifique por los portugueses con el nombre de Troncoso, en el Tratado de límites de 1881– y seguido por el pueblo dio una lección de patriotismo, cuyo ejemplo merece ser reconocido, así como los 64 muertos de estas parroquias en aquellos trágicos días.