El pasado sábado, día 18 de abril, presencié por televisión el acto institucional de la toma de posesión de Alberto Núñez Feijóo como nuevo presidente de la Xunta de Galicia.

Primero en el Salón de Reyes del Parlamento de Galicia y, después, en la Plaza del Obradoiro, observé a un Feijóo muy esforzado en hacerse perdonar de todo ese mundo progre y nacionalista que, literalmente, lo ha estado poniendo a parir a lo largo de estos cuatro últimos años; y, todo, por criticar las tesis totalitarias y de pensamiento único defendidas por esa parte de la sociedad. De otro modo, ¿cómo se explica que sus dos discursos fuesen íntegra y exclusivamente en gallego? (Sólo utilizó el español o castellano cuando, brevemente, se dirigió al representante del gobierno central y autoridades de otras regiones españolas, y al referirse a los gallegos residentes en el extranjero). Quizás lo hizo porque, como repitió en más de una ocasión, el gallego es la lengua propia de Galicia, dando por sentado, aunque no lo dijera explícitamente, que el español es una lengua impropia. La prueba es que el único valor que otorgó al castellano fue el de lengua que sirve para comunicarnos con el resto de españoles -como si los gallegos, entre nosotros, sólo nos comunicáramos en gallego y no lo hiciéramos, también, en español-.

Por otra parte, qué incoherencia la de Feijóo al rematar el acto con un himno gallego que termina diciendo eso de Nazón de Breogán. ¿Cómo puede estar el partido que lidera, ahora gobierno, en contra de incluir este concepto en el estatuto de Galicia al tiempo que lo tararea sin sonrojarse en una celebración de tanta solemnidad? ¿Por qué no sonó también el himno de España? Al fin y al cabo nuestro autogobierno emana de la Constitución española (evidentemente, esto no es Estados Unidos ni cualquier otro país en donde sus ciudadanos se enorgullezcan de pertenecer a su nación, nación con mayúsculas).

Para finalizar, decir que también me decepcionó volver a ver a esa banda de gaiteros de Ourense, creada por la anterior administración del PP, que es una burda copia de las bandas escocesas y que poco tiene que ver con los verdaderos gaiteros gallegos.