El domingo día 19 de abril llegaba a Vigo una excursión de 50 personas, procedentes de mi patria chica, que es una parroquia del rural interior gallego en la provincia de A Coruña, y puesto que llevo años residiendo aquí, me ofrecí a servirles de “Cicerone”, para enseñarles durante ese día las más importantes maravillas de que podemos presumir en nuestra ciudad, para lo cual les “conduje” en primer lugar al Monte de A Guía.

Todas las personas se mostraron encantadas con el paisaje y vistas al Puerto y Bahía viguesa; pero como ya llevaban algo más de dos horas de viaje en autobús, varias de ellas comenzaron a preguntarme por los servicios.

Como para los que residimos aquí, aquel sitio ya no es novedad, posiblemente hacía 20 años que no iba a A Guía, y no caía en la cuenta de que un lugar de obligada visita de forasteros pudiera carecer de unos mínimos servicios; por lo que comencé a buscarlos, y cuando comprobé que no los había, sentía verdadera vergüenza como vigués y vergüenza ajena hacia la dejadez del gobierno local de Vigo.

Puesto que a estas alturas, máxime cuando Galicia necesita más que nunca, dada la situación de crisis económica, cuidar y hasta mimar el turismo, resulta increíble que no haya habido hasta ahora nadie de los que dicen gobernarnos, que se haya preocupado de algo tan indispensable como lo es un servicio en aquel paradisíaco lugar.

No viendo otra salida opté por trasladarnos al Castro, sabiendo que por lo menos allí hay unos restaurantes que pueden remediar la embarazosa situación en que me encontraba.

Comprendo que el alcalde no puede llegar a todos los sitios, pero los policías locales o cualquier otro funcionario municipal sí deberían tomar nota de ese y otros detalles, comunicándolos a su Concello, para que el departamento correspondiente conozca y remedie esos fallos que, para una ciudad turística como Vigo, resultan imperdonables.