"Las parejas homosexuales noruegas serán las primeras que podrán casarse por la Iglesia”.La escueta noticia causa impacto y el lector deja suelta la imaginación en busca de explicación complementaria que la noticia hurta. Unos segundos de concentración mental y el lector acaba pensando que la revolucionaria decisión de "casar" a homosexuales debe ser fruto de un arduo proceso de reflexión y debate en el seno de la Iglesia Nacional Noruega. Pero la realidad es más prosaica y no va por ahí: sucede que el pastor luterano noruego es un funcionario del Estado; por ello, simple ejecutor de la ley civil; de ahí que no pueda oponerse a oficiar bodas entre homosexuales. La Iglesia Luterana no pasa de ser una oficina sucursal del Estado para asuntos religiosos y el rey de Noruega -no el obispo- es quien manda sobre los pastores. Visto así, la noticia pierde impacto y el lector quizás decide centrar su reflexión sobre el periódico de marras sensu strictu. He ahí la incógnita que aspira a despejar: ¿Por qué un medio de comunicación que abandera en España la radical separación Iglesia/Estado con el argumento de que únicamente así se garantizaría la genuina democracia; en cambio, se congratula sin reservas cuando la “admirable”democracia Noruega practica todo lo contrario?