La crisis actual ha lanzado a los principales países del planeta en busca de soluciones que nos eviten a todos el colapso financiero y económico. Una prueba de la enorme inquietud que sienten hoy los estados ante la grave situación en la que nos encontramos es la reciente cumbre de Washington y las reuniones de expertos y de responsables políticos que vendrán tras este primer contacto. Pero somos muchos los que pensamos que no basta con reunirse deprisa y corriendo para conseguir cantidades ingentes de dinero con las que entablillar a bancos en quiebra o a empresas en suspensión de pagos. O redefinimos de un modo justo las reglas en las que ha de operar en el futuro la economía mundial o pronto llegará el golpe de gracia a un sistema que, hasta ahora, ha permitido que los más rapaces no sólo den rienda suelta a su ilimitada avaricia, sino que destruyan estructuras de mercado que nos cobijan a todos. ¿Hasta dónde llega el poder de las naciones, sin embargo? ¿No hay poderes que están por encima del que dicen tener los dirigentes políticos o, por lo menos, no hay gentes que saben muy bien vivir al margen de la fuerza que a los distintos países les confieren sus leyes contables y fiscales? El escándalo de Enron,en un pasado no tan lejano o los tejemanejes sobradamente conocidos (y nunca debidamente sancionados) de otras instituciones nos hacen pensar que,a falta de un gobierno mundial que pueda dictar normas de generalizado cumplimiento, a la sociedad internacional le va a resultar muy difícil librarse de corrupciones y de corruptores, de empresas y de individuos siempre al acecho de cualquier situación que les permita un rápido enriquecimiento. ¿Cómo terminar,por ejemplo, con esos ámbitos de alegalidad que son los paraísos fiscales? Se calcula que en ellos se refugian dos tercios de los fondos especulativos, los “hedg funds”, y que por ellos transita el cincuenta por ciento del dinero que hay en circulación por el mundo. Proporcionan opacidad y abrigo lo mismo a criminales, traficantes de armas o de droga que a “respetables” sociedades que cotizan en bolsa. Han sido la mampara tras la que ocultaron sus dificultades los grandes bancos que han provocado la actual crisis y uno se pregunta a quién no le interesa convertir en transparentes las actividades financieras que tienen lugar en Suiza, Liechtenstein, Gibraltar, Luxemburgo,Andorra, Mónaco, Singapur o las Islas Caimán. ¿Reivindican algunos el secreto bancario como un derecho inalienable de las personas? Pues nos convendría al resto de ciudadanos reclamar también que el interés público nunca esté al servicio de unos pocos. Porque es el dinero de todos y no el de Singapur ni el de Andorra el que ha tenido que acudir ahora en socorro de quienes convirtieron los paraísos fiscales en santuario de sus perversas prácticas empresariales.