La gente que hizo Vigo lleva en sus piernas la memoria de muchas cuestas, de muchas caminatas arriba y abajo.

Nuestros abuelos y nuestros padres domesticaron los montes sobre los que hoy vivimos y lo que menos se merecen es que le obliguemos a subir en tremenda pendiente, la cuesta que les separa de los hermanos, de los cuñados, de los amigos que habitan las dos residencias de mayores emplazadas en el Meixoeiro.

En el alto del Meixoeiro, los autobuses 12, 13 y 15 tienen su última parada en el hospital. De allí hasta cualquiera de las dos residencias median todavía 400 ó 500 metros monte arriba.

Yo ya no soy joven, pero aún tengo fuelle y una brizna de respeto por la persona que fue mi tía Concha, para recorrer el tramo que dejan sin cubrir los autobuses. Lo que me preocupa es ver cómo quedan sin aliento las personas mayores que hacen ese mismo recorrido. Me emociona comprobar cuánto amor tienen que guardar aún en su corazón, pese a todos sus años, para hacer ese esfuerzo ímprobo que les permitirá dar un beso a esa hermana, a ese cuñado, esa madre nonagenaria a la que en muchas ocasiones, ya ha dejado de ser quien fue y de recordar a quienes la quisieron.

Falta muy poco para el Cristo de la Victoria y a mí se me da por pensar que este año debería concedernos un milagro muy modesto, pero muy necesario: conseguir que Vitrasa y el Ayuntamiento se pongan de acuerdo en prolongar una parada, sólo una parada, el recorrido de los autobuses 12, 13, 15 y no sé si alguno más. Sería una cortesía exquisita, una última prueba de respeto hacia aquellos hombres y mujeres que nos sacaron adelante, a nosotros y a esta ciudad que hoy tenemos.