La Unión Europea pretende ser en 2010 la más dinámica y competitiva del mundo; pero las inversiones en investigación y enseñanza superior no están a la altura de esas ambiciones, porque para estar en la vanguardia de la sociedad del conocimiento no basta que muchos lleguen a la universidad, sino que hace falta que reciban una educación de calidad que impulse la innovación, y esto no está garantizado en todas las universidades europeas.

Claro que la gran expansión del alumnado universitario no ha ido acompañado de un aumento proporcional de los recursos, y de ahí, las estrecheces de las universidades, que ante la dificultad de recibir más dinero público, se vuelven hacia la inversión privada, ya que las universidades privadas siempre han tenido que autofinanciarse y el cobrar al usuario garantiza eficacia y equidad, ya que el estudiante es un cliente que exige.

Tampoco parece muy progresista que la gente que no va a la universidad pague a través de los impuestos por la gente que va, porque está comprobado que la subvención pública no garantiza la igualdad de oportunidades, ya que la mayoría de los estudiantes son hijos de un padre también universitario, lo cual está lejos de la media para el conjunto de la población, y esto tiene que provocar un aumento sustancial de las tasas, si se quiere dar vigor a una universidad que se va quedando atrás, aunque el problema es cómo impedir que el aumento de los costes se convierta en una barrera para los estudiantes con menos recursos.