El jueves 15 de mayo fallecía don Genaro Borrás, traumatólogo vigués y médico de la Selección Nacional de Fútbol. Desde aquí vaya mi más sentido pesar para toda su familia. La muerte de un ser querido es un dolor tan vivo e inevitable que sólo el paso del tiempo y la madurez racional son capaces de consolar.

Al día siguiente en la sección de obituarios de este periódico, llama mi atención entre todas las esquelas, la firmada, en un gesto sin precedentes, por la Corporación Municipal. La esquela rezaba, Genaro Borrás, Vigués Distinguido.

Pues bien, desde que el colectivo Vigueses Distinguidos fue creado hace más de una década, año tras año el consistorio ha venido reconociendo el quehacer de vigueses y viguesas que entregan sus energías y su entusiasmo a nuestra ciudad, a aquellos que cada día hacen ciudad. Un trabajo en la mayoría de los casos desinteresado y anónimo.

De aquí en adelante cada uno de ellos el día que fallezcan deberían ser dignos merecedores de una muestra de condolencia por nuestro Ayuntamiento como ha sido el caso del doctor Borrás, porque sería absurdo pensar que nuestros representantes establecen vigueses distinguidos de primera o de segunda categoría. Y digo de aquí en adelante, porque a los ya fallecidos, o más bien a sus familiares, no se les podrá dar tal muestra de afecto, de cariño ni, por supuesto, condolencia alguna.

Como es el caso de mi abuelo, don Enrique Romero Vázquez, elegido Vigués Distinguido en 1993. Tan distinguido o más que cualquier estrella del firmamento. Alcalde de Barrio de Sárdoma desde 1947 a 1992. Doce años Presidente de dicha Comunidad de Vecinos. Fiel a su ciudad y a sus ciudadanos por cuyo bienestar luchó hasta su último aliento. Fallecía el pasado 10 de noviembre y no recuerdo esquela alguna del Consistorio para el que tanto trabajó.

Desde aquí insto a la Corporación a dar el mismo respeto para todos los vigueses distinguidos. Al anónimo, como al mediático (sin ser peyorativo, entiéndanme) que por más público eclipsa los dolores y pésames de nuestros representantes políticos. Porque a una, como se dice vulgarmente, "la sangre le duele".