Alarmado por la elección, entre varias propuestas, de este ramal de autovía, por el que, al parecer, se decantaron expertos en la materia, no puedo sustraerme al deber de exponer mi humilde apreciación ante semejante decisión, que a ninguno de los que habitamos en la zona debería dejar indiferente.

En repetidas ocasiones, he leído en FARO DE VIGO notas relativas a este proyecto, en las que asociaciones vecinales y de marineros de la ría expresan, con razón, sus inquietudes (y no es para menos) ante tamaño descalabro.

Serían de reseñar daños materiales múltiples, entre los que destacarían la desaparición de viviendas, el arrasamiento de campos de cultivo, el probable perjuicio a la cría de moluscos y a otras especies marinas, a la altura de Arcade, por el acarreo de cieno y detritus, a través del río Verdugo, como resultado del desmonte y desplazamiento de tierra.

También podrían sufrir menoscabo los manantiales, de los que se abastecen las traídas de agua, conseguidas con tanto esfuerzo y dinero, aportado por el vecindario (pienso, en concreto, en la construida en el monte del Espiño, que surte el preciado líquido a los barrios de A Nogueira y Saramagoso, ubicados en la parroquia del Viso, en Redondela).

Inhumano sería obviar el impacto paisajístico que, de llevarse a cabo estas obras, alteraría en gran manera la belleza del lugar.

Me imagino en el atrio de la ermita de la Peneda, contemplando las heridas, que a modo de cortes profundos en los montes de la cuenca del Verdugo, servirían de cauce a la "serpiente bituminosa".

Y qué decir de los pasos elevados circundando parte de la Peneda.

Añádase a todo esto el discurrir incesante de esa ristra de vehículos, atronando y polucionando con sus humos contaminantes el aire puro y la paz del lugar.

Me pregunto, ¿qué necesidad hay de ampliar el número de autovías, cuando está en marcha un tren de velocidad alta, entre Vigo y A Coruña? Si se piensa enlazar por autovía Pontevedra con el alto del Confurco (Porriño), ¿para qué más destrozos?

La peor parte se la llevaría el hermoso valle de Soutomaior, que quedaría altamente afeado con esas moles de hormigón.

No justifiquemos las razones que cierto ciudadano, que vive en Pontevedra y trabaja en Vigo, apuntaba hace un tiempo en la sección de "Cartas al Director", de FARO DE VIGO. Venía a quejarse de la labor de los políticos, por poner más empeño en el transporte ferroviario, soslayando, según él, las comunicaciones por carretera. Le perjudicaba que no hubiese una autovía libre de peaje.

Recordaría a este usuario de la autopista que no sólo es el peaje el que grava los desplazamientos en coche propio. El más importante es el consumo de carburante, entretenimiento del vehículo, parking, y que no sobrevenga un accidente o una sanción de las saladas. En su caso, me hubiese decidido por el tren. Cuenta con el rápido que en veinte minutos lo deja en Vigo, relajado y habiendo hecho un poco de ejercicio físico, para cubrir los aproximadamente quince minutos que separan el centro de Pontevedra de la estación. ¡Qué más se puede pedir!

Desengañémonos, pues. Por mucho que ensanchen puentes y autopistas, los atascos a la entrada de las ciudades son ineludibles: las calles son siempre las mismas y los semáforos cumplen una misión.

Lo que habría que tratar de cambiar es esa mentalidad americana, de llegar a todas partes en su propio automóvil. Quizás haya en este comportamiento un efecto exhibicionista del nuevo rico.

Un mínimo de disciplina sería necesario para que las verdaderas riquezas diesen sentido a nuestra vida. Saldríamos ganando nosotros y nuestro maltratado planeta Tierra.