Llamamos gas natural al combustible de origen fósil formado principalmente por metano así como por una proporción variable de hidrocarburos ligeros (etano, butano o propano) y trazas de hidrocarburos más pesados.

Entre sus ventajas se puede destacar que es un combustible con un alto poder calórico. Por ejemplo, el procedente de Argelia tiene un poder calorífico inferior medio de 10.67 kWh/Nm3.

De este país, Libia o el Mar del Norte se extrae la mayor parte del gas natural, directamente de yacimientos naturales situados en el subsuelo. No requiere ninguna transformación y puede ser utilizado casi sin someterlo a ningún tipo de tratamiento previo. En este sentido, es la energía fósil menos contaminante y con mayor rendimiento energético. Esto se traduce en un menor consumo final de energía y, por tanto, en un menor coste total al usuario.

Para el usuario es de fácil acceso, ya que se canaliza hasta el lugar de utilización. Al no requerir de almacenaje, no hay que estar pendiente de suministros puntuales como ocurre con otras fuentes de energía fósil.

Además, se puede utilizar tanto para generar calefacción y agua caliente o en cocinas industriales y hornos, como para generar frío en instalaciones refrigeradoras.

Por otra parte, al ser un producto más ligero que el aire, las posibles fugas o emisiones se disipan rápidamente en la atmósfera, siempre que se sigan las prescripciones necesarias en cuanto a aberturas de ventilación.

La principal desventaja desde un punto de vista geoestratégico, al igual que el resto de los hidrocarburos de uso intensivo como la gasolina o el gasóleo y sus diferentes derivados, es la inexistencia de yacimientos de gas natural en España, lo que provoca una gran dependencia de terceros países.