A lo largo de la historia, las enfermedades infecciosas fueron la principal causa de muerte de los seres humanos.

Durante milenios, bacterias y virus terminaban con la vida de gran parte de los niños en sus primeros 5 años de vida. La mayoría de la gente moría joven.

El progreso científico acabó con semejante calamidad.

El desarrollo de las vacunas, los antibióticos, la profiláctica, la cloración del agua potable, la sanidad de los animales de abasto, la higiene de los alimentos, etc., incrementaron en muchas décadas la duración de nuestras vidas.

En 1920 la esperanza de vida de un español rondaba los 30 años. Hoy supera los 80.

Lo más peligroso ya no son los virus ni las bacterias

Ahora la ciencia nos advierte de que la situación está dando un vuelco y las enfermedades no transmisibles han desplazado a las enfermedades infecciosas convirtiéndose, con mucho, en la principal causa de muerte para los seres humanos.

Alrededor de 58 millones de personas fallecen cada año en todo el mundo. 41 millones de ellas lo hacen debido a enfermedades no transmisibles entre las que destacan las enfermedades cardiovasculares (con 18 millones de muertes), el cáncer (con 9 millones) y las enfermedades respiratorias (con 4 millones).

Al menos 15 millones de personas fallecen prematuramente cada año como resultado de estas enfermedades no transmisibles. Todos somos vulnerables a ellas, incluidos los niños.

La gran mayoría de las enfermedades no transmisibles están estrechamente ligadas a una serie de factores de riesgo.

– Por ejemplo el tabaco sigue causando más de 7 millones de muertos al año a pesar de las campañas en su contra. Lo peor es que buena parte de los fallecimientos debidos al tabaco se producen entre los fumadores pasivos.

– El consumo de alcohol causa anualmente 4 millones de muertos.

– Y la vida sedentaria se lleva por delante a un par de millones de personas cada año.

¿La sal mata casi tanto como el coronavirus?

La buena noticia de este tipo de muertes prematuras es que la mayor parte de ellas podrían evitarse fácilmente con cambios relativamente pequeños de nuestro estilo de vida. Por eso vale la pena revisar los distintos factores que causan estas enfermedades no transmisibles.

Empezaremos por uno muy simple. El consumo excesivo de sal.

La Organización Mundial de la Salud estima que más de 4 millones de personas mueren al año por algo tan tonto como tomar demasiada sal.

Si pensamos que desde sus inicios la pandemia de Covid-19 mató a un total de 5 millones de personas, podemos hacernos una idea de la magnitud de las muertes prematuras por esta ingesta excesiva de sal.

En las civilizaciones humanas la sal siempre fue importante.

De hecho la palabra “salario” deriva de sal, pues en la antigüedad buena parte de los pagos se hacían en sal. Pensemos que antes de que existieran las neveras la sal era uno de los mejores métodos para conservar los alimentos.

¿Qué produce el exceso de sodio?

Pero el sodio contenido en la sal común resulta dañino en grandes cantidades. Su consumo excesivo produce -entre otros muchos problemas- enfermedades coronarias, infartos, hipertensión arterial, enfermedades renales y tiene efectos negativos en el funcionamiento del cerebro.

Para evitar excedernos con el sodio nunca deberíamos tomar más de 5 gramos de sal al día.

Sin embargo, la OMS estudió el consumo de sal en 187 países y la situación es tan desastrosa que en 181 de ellos una buena parte de la población consume sodio en exceso cotidianamente. Todos los países europeos y Estados Unidos se encuentran en esta lista de consumidores excesivos de sal.

En principio parece fácil limitar la ingesta de sodio teniendo en cuenta que si nos gusta la comida muy salada es solamente por una cuestión de costumbre. La mayoría de las personas que comen con demasiada sal se acostumbraron a ello al principio de su infancia.

Así se ha observado que el sazonar en exceso las comidas con sal se agrupa a lo largo de linajes familiares.

Acostumbrarse no es tan difícil

Entre quienes abusan del consumo de sal, muchos se ven forzados a reducir su ingesta cuando en ellos se manifiestan los signos de alguna enfermedad no transmisible originada por el exceso de sodio.

En su mayoría coinciden en que consiguen acostumbrarse a condimentar su comida con mucha menos sal en un plazo de tiempo relativamente rápido.

Con esta perspectiva parecería que reducir el consumo de sal es muy sencillo.

¿Dónde está la dificultad?

Pues el problema está en que la mayor parte de la sal que consumimos (algo más del 75%) proviene directamente de los alimentos que compramos procesados y no de los alimentos frescos que sazonamos nosotros.

Por ejemplo, contienen demasiada sal:

En este sentido alrededor de la mitad de los alimentos que podemos comprar en España tienen un contenido en sodio demasiado alto.

Consecuentemente, incluso sin añadir ni una pizca de sal a lo que cocinamos, resulta muy difícil no excederse en el límite superior de consumo de sodio.

Algo tan corriente y tan rico como un bocadillo de jamón ya puede aportarnos el 70% del máximo consumo de sal recomendado.

Medidas que podemos tomar

Ante tal panorama, las administraciones de diversos países (por ejemplo Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Italia, España, Chile, Argentina o Brasil) han desarrollado programas para disminuir la ingesta de sal entre su población.

Por el momento se quedan muy cortos.

Indudablemente resultaría esencial desarrollar una legislación que obligase a los fabricantes a limitar la cantidad de sal en los alimentos procesados.

Entre tantas campañas que se organizan hoy en día por las cosas más diversas, pocas podrían ahorrar tantos muertos.

Mientras tanto, tres medidas sencillas pueden hacer que reduzcamos significativamente nuestro consumo de sal:

La primera de ellas consiste en limitar el consumo de alimentos procesados, así como el consumo de salsas industriales.

Siempre que sea posible debemos consumir las variedades de estos alimentos procesados que tienen menor cantidad de sal añadida. En las estanterías de los mercados ya se ven productos bajos en sal.

En este sentido la Comisión Europea ha establecido criterios para que los consumidores podamos elegir alimentos que no nos produzcan problemas de exceso de sodio. Acorde a su definición los alimentos bajos en sodio son aquellos que tienen menos de 120 miligramos de sal por cada 100 gramos.

No parece algo muy difícil de hacer. Hagámoslo y ahorremos millones de muertos.