Steevy Chong Hue no sabía que iba a jugar el partido de su vida. Era el 10 de junio de 2012, y junto a otros 21 jugadores anónimos se preparaba para luchar por la Copa de Oceanía. Un hito para su país, Tahití; pero algo insignificante para las élites del fútbol mundial.
Steevy ni siquiera nació en Tahití. Él es de Raiatea. Tahití, en medio del océano Pacífico, es pequeño; Raiatea es minúsculo. Desde Raiatea, que significa “cielo luminoso”, se puede ver la isla de Bora Bora. La mayor parte de sus 16.000 habitantes vive del turismo de este paraíso. Steevy no es profesional, sólo uno de sus compañeros de selección lo es: Marama Vahirua. Pero aquel 10 de junio, Steevy iba a convertirse en el gran protagonista de todo un continente.
El sol, como en Raiatea, lucía esplendoroso sobre el estadio Lawson Tama de Honiara, en las Islas Salomón. Los aficionados, que tampoco acudieron en masa, se protegían de los rayos del astro rey con paraguas en las laderas de un estadio que ni siquiera tenía tribunas para acomodarse. El destino, aunque en un entorno humilde, tenía preparado algo grande para Steevy.
Corría el minuto 10 de partido y Steevy se aproximaba al área sigiloso por la banda izquierda, alejado de la jugada de ataque de su equipo. Lorenzo Tehau centró un balón desde la derecha que, tras peinarlo su hermano Jonathan, Steevy vio llegar del cielo. Controló el esférico con la rodilla y remató a bote pronto para batir al portero de Nueva Caledonia. Fue el gol de la victoria. Un golpeo que llevó a una gloria hasta el momento desconocida para Tahití. Un tanto que valió no sólo para que Tahití se proclamara campeona de Oceanía, sino que también le otorgaba un billete para la Copa Confederaciones de Brasil.
Ahora, los “guerreros de hierro”, como se apoda a la selección de Tahití, podrán jugar contra la campeona del mundo, España… algo que Steevy ni tan siquiera podía soñar el día que tocó su primer balón allí en las Antípodas del mundo “fútbol”.