Días atrás se sintió el amor al río y las orillas. Fue bonito. El Miño es más que nuestro paisaje, es parte de nuestra vida, termorregulador de nuestras plantas y hacedor en gran parte de nuestro clima. En los medios sociales, en las conversaciones normales y sobre todo en los sentimientos contra una pista de cemento en una orilla se expresó el dolor de los que amamos la vida.

Una amiga mía dice que la vida es como un dios porque está en todas partes, es verdad. Pero donde hay agua hay siempre muchos más dioses. Los hombres y la naturaleza siempre van juntos. Algunas veces para mal como esa barbaridad de poner cemento a un camino que conduce a una playa.

En la aldea que me espera hay un río de poco recorrido y tres nombres. Al principio, cuando solo es una sucesión de gotas, se llama Río Grande. Después, cuando empezaba a tener truchas y molinos con presas, se llama de San Simón y al final se convierte en Febres, dicen que porque en aquel lugar había malaria. Allí al lado de un puente medieval hay una piedra escrita: CAMINANTE AQUÍ ENFERMÓ DE MUERTE SAN TELMO, PÍDELE QUE INTERVENGA ANTE DIOS POR TI. A mí, lo confieso, no me gusta nada la idea que tenemos los gallegos de recurrir a las recomendaciones y no entiendo porqué gente que cree tiene necesidad de recurrir a influencias, pero confieso que por los ríos, y sobre todo por el Miño, sería capaz de meter recomendaciones a todos los organismos implicados en custodia de lo que llaman pomposamente el Padre Miño. Ponerle nombre es fácil.

Estos días pienso mucho en las pesqueras del Miño que se derrumban (mientras se gasta el dinero en cementar caminos), en los molinos y sus levadas (¿por qué no se estudia lo mucho que ayudaban a oxigenar el agua y a mantener su cauce?), en el muro de contención que en la desembocadura del Louro desviaba el agua hacia al centro y allí la corriente la dirigía cargada de arena a crear y mantener la playa de A Metralla (hoy el muro torcido, a punto de derrumbarse, con árboles creciendo en su cima, desvía la arena para Portugal y crea playa), en cómo se puede ver la orilla portuguesa cuidada y la española abandonada, en los embalses sin escalas para hacer electricidad barata (pienso una palabrota insultante…), callo más cosas.

Los que mandan, y mandaron, en nuestro Miño y en sus márgenes, no entienden de paisajes ni de naturaleza ni que el hombre y el medio ambiente deben ser uno. Quizás porque ellos son demasiados: Medio Ambiente, Armada en el tramo internacional, Confederación Hidrográfica, Comisión de Límites, Costas, ayuntamientos…Si pensaran juntos “sin tantas guerriñas” competenciales, quizás se conservara el río sin destruir el entorno y modulándolo con la ciencia que viene de antiguo.

Por ignorancia, quizás, puede que crean que si en el muro de protección del Louro los árboles crecen entre las piedras es muy natural o que la playa de nuestra niñez no debe volver a aparecer jamás o que los árboles caídos y las suciedades de las orillas son todos parte de la ecología o que emplear cemento en la orilla es natural…

La ecología es el ser humano y la naturaleza amándose pero casi siempre algunos hombres aman más otras cosas.