Después de la guerra no había papel y nadie tenía papel en la vida. El linotipista, Don Ramón Daga, tuvo que buscarse otro modo para poder comer. Se hizo viajante de productos varios y en aquellos trenes de la postguerra recorrió viejas y recién bombardeadas estaciones, durmió en andenes, esperó turno en los comercios. Toleró, quizás, que se le mirara mal o por encima del hombro, pero no pudieron quitarle sus conocimientos ni su amor al cine. El tenía en su interior “mucho papel”.

Un día apareció el hombre al que había ayudado. Conocía su valía. Le ofreció trabajo en un laboratorio de su propiedad.

Allí se conoció al doctor Rosell. Un científico que vivió en Tui y a los que entonces éramos adolescentes se nos explicaba que era un señor extraordinario. Su cara enseñaba mucha bondad, inspiraba cariño y dulzura. Así lo recuerdo.

Sabía de todo y lo contaba con humildad. Quizás esa era la mayor virtud del sabio. Y la demostración de que lo era.

Javier Daga, nieto de Ramón, me cuenta por escrito.

El Doctor José María Rosell nació en 1884 en Huesca, se graduó en Medicina en la Universidad de Barcelona y continuó sus estudios en Alemania, convirtiéndose enseguida en uno de los mejores especialistas en enfermedades digestivas. Alcanzó una gran notoriedad a nivel mundial y publicó multitud de artículos en las revistas científicas más relevantes. Fue un un adelantado a su época y sus estudios sobre la microbiota intestinal y los beneficios que determinadas bacterias probióticas ejercen sobre nuestra salud siguen siendo referencia cien años después de haberse publicado. En 1928 fue contratado por el gobierno canadiense como asesor científico y fundó la primera cátedra de microbiología en territorio americano. Posteriormente fundó el Instituto Rosell de bacteriología, enseñando el uso de fermentos lácticos para la elaboración de quesos y leches fermentadas. Así, fue el responsable de la primera fabricación de yogur en EEUU, concretamente en Los Ángeles para la firma Yami.

En 1948 decide aceptar la oferta de un laboratorio en Barcelona para hacerse cargo de la dirección técnica, y frecuentemente viaja a Lisboa en coche para dar conferencias en la universidad. En uno de sus viajes a Lisboa, a su paso por Tui se le baja la barrera del tren y mientras esperaba descubre una finca en venta llamada Pousa de Rebordáns. Compró la propiedad y se vino.

En Tui, crea el Instituto Rosell de Lactología, dedicándose a asesorar a la industria láctea en España y Portugal, y en 1957 se trae a sus discípulos Carlos y Miguel Dagá de Barcelona y funda en Tui “Yogures Aloya”, la primera fábrica de yogures de España.

El Instituto Rosell sigue actualmente su actividad en Tui, bajo el nombre de ABIASA, fabricando fermentos lácticos, enzimas y probióticos para la industria alimentaria”.

El sabio de rostro bondadoso estaría orgulloso de saber que en el lugar elegido, y un poco en su lugar, siguen sus discípulos.

Hace años escribí que el doctor Rosell, que vivió aquí y generó que Tui fuera conocido en un mundo ligado a la ciencia, tuviera una calle en nuestra ciudad. Muchas veces he escuchado decir que necesitamos gentes de saber y de crear. Estuvieron a nuestro lado, trabajaron, inventaron, crearon… y ni los valoramos en su momento ni después.