Aquel día muchos sentimos un gozo que nos parecía imposible alcanzar. Portugal, un país pequeño, fue la patria de todos. La dictadura del estado novo, de los viriatos, del fascismo universitario, que parecía eterna, se derrumbaba.

También entre el gozo y la alegría sentimos miedo. Temimos que fracasara y muchos sufrieran la suerte del General Delgado. Pero no, todo siguió adelante entre sonrisas y flores, discursos portugueses bien construidos en su retórica pacífica de siempre y el don de la palabra tan de aquel pueblo. Era el 25 de abril de 1974 y quedó en nuestras memorias como una fecha señalada para siempre. Este año, en su conmemoración, mi móvil se llenó de mensajes. Todos recordaban aquel día y sonó muchas veces Grandola Vila Morena.

Este año, y todos sabemos el porqué, el momento en España es muy de Machado con otra vez en el aire, españolito que vienes al mundo y corazones helados. Todo lo contrario de aquel fusil con claveles en los agujeros de salir balas de matar que aquí llegaron por carta. Nunca, hasta el 25 de abril de 1974, un arma se adornó con una flor y nunca nadie enseñó mejor lo que debería cesar para siempre: las armas y el odio.

El clavel fue una flor de paz. El fusil olvidó su origen guerrero y se hizo florero. El conjunto se convirtió, aunque fuera un momento, en un deseo universal. En muchas casas se enmarcó al niño de puntillas colocando amor en un cañón para gritar: no al odio. Valió más el grabado que millones de palabras.

Portugal, el de las “descubertas”, el que inventó la carabela y el que en su bandera fue recogiendo los hechos más importantes para unirlos al sentimiento de todo del pueblo, fue aquel 25 de abril de 1974, ejemplo de todos. Algún día a las quinas, a los trazos que marcan el mundo, a los colores rojo y verde, a los azules en el centro de su primera bandera le agregarán un ramo de claveles. La bandera portuguesa es la historia de aquel país y de sus gentes. No la buscaron en ningún lado. La fueron haciendo. Es suya, de todos los ciudadanos, por eso no la profanaron con águilas o buitres o pollos ni siquiera los fascistas portugueses. Quizás porque sus jefes eran universitarios y algo, muy poco en lo que repugna, les quedó de esto.

Cerraron las fronteras pero muchos gallegos pasamos para vivir el momento y con los nuestros reímos, gozamos, lloramos y sufrimos. No fuimos extranjeros y lo que allí sucedía era también de nosotros. Y temimos que desde aquí se quisiera parar la maravilla que estaba sucediendo allí.

Recuerdo el aeropuerto de Alvedro por aquellos días. Había gran cantidad de soldados. Muy armados, muy pertrechados. Aviones militares en las pistas. ¿Serían unas maniobras normales? Se dijo que en un cuartel unos oficiales de alto rango habían pisoteado una bandera portuguesa.

“El régimen español militarista no es como el portugués de universitarios blandengues”, escuché decir a alguien.

Escribo con muchos años de retraso a cuando deseé hacerlo, pero aún emocionado este 25 de abril del 2021 aplaudiendo a los fusiles con claveles. Despreciando a los remitentes de las cartas con balas.

Y mientras en Madrid renace el odio y la sonrisa de mitad monja, mitad soldado, en Lisboa se vuelve a dar ejemplo de cordura con la pandemia. Españolito que vienes al mundo… escribió Don Antonio Machado.