La pandemia puede producir conductas inapropiadas en personas, como creo que sucedió en el tratamiento de una infección en un oído que quiero transmitirlo quizás por un libro que acabo de leer. “Cuadernos coloniales”, se titula, y es una lección de que es malo ocultar. La autora Isabela Figueiredo cuenta su historia de niña en aquel Mozambique donde los negros para los portugueses de allí no eran humanos sino seres para trabajar para ellos, vivir en chabolas y sufrir. Ella, portuguesa, lo escribe y se avergüenza. Yo, un poco portugués, también. Después llegó a la conclusión de que lo malo no es que hubiera habido españoles, ingleses, belgas, franceses, holandeses, portugueses… colonos. Lo horroroso es en sí mismo el colonialismo pasado y el neo que se está viviendo escondido para que parezca que los tiempos han cambiado del todo.

Pienso que ya es hora de que las historias se expliquen cómo lo hace Isabela con la portuguesa. Y en España Ángel Viñas y mi amigo Xose Álvarez, entre otros, con verdades demostradas que deberían llevarse a las escuelas en libros de texto. Quizás entonces Abascal mentiría menos porque a lo mejor solo es un ignorante.

Uno siente un profundo agradecimiento por el personal que nos cuidó en la pandemia y también por nuestra democracia que ha creado muchos centros de salud. En la dictadura en muchos sitios esperaban en las escaleras de los médicos, los del seguro, y en salas, los de pago.

Se entiende el cansancio del personal sanitario con su trabajo complicadísimo en este momento y sus temores pero es criticable el mal gesto a los enfermos aunque sea puntual.

La infección en un oído me llevó a mi médica de cabecera. Ella me mandó a urgencias de un hospital donde fueron muy atentos y después de saber que no tenía fiebre ni “bicho” me metieron en una habitación a la que tendría que llegar un otorrino. Pasó mucho tiempo y me informaron que no podía venir el susodicho. Hace pocos años me hubiera quedado allí pero los años pacifican hasta a los rebeldes. En dos días lo llamarán, dijeron. Y llamaron para decirme que sería muchos días después y en otro sitio. Conseguí, por haber sido paciente del hospital, que me vieran en otorrinolaringología. Lo hizo una médica de rostro que se adivinaba amable y que seguramente lo era casi siempre pero aquel día, quizás por daño colateral de la pandemia, no lo fue demasiado. Después de recetarme me dijo que debía desinfectar siempre los audífonos. Le pregunté con qué. De muy mal modo me dijo que se lo preguntara a quien me los había vendido y que me llamarían en diez días. No me llamaron más.

Los negros de Mozambique, según Isabela, daban siempre las gracias y sonreían. Salvando las inmensas distancias en el motivo, eso hice yo mientras salía de la consulta muy triste.

Aquella noche, Carlos González Estévez, mi amigo que tiene síndrome de Down, quizás intuyó mi impotencia, y tristeza, y me escribió en un WhatsApp

-Manolo, te aprecio mucho, soy tu amigo- Olvidé los daños colaterales de la puñetera pandemia, grité en voz alta, gracias Carlos. El cariño de algunos merece que se conteste hablando solo.

Otro médico de la sanidad pública, muchos días después, me quitó el dolor que asumí mientras duró como un daño colateral.