Mi querido amigo, con la voz dolida por la historia a pesar de los años transcurridos y de no haberla vivido, tu sobrina, en el pleno municipal del jueves 25–03–2021, pidió humanidad para traer los restos de tu padre a Caldelas

“Me llamo Eva. Soy nieta de dos abuelos asesinados. Los dos eran buenos, honrados, trabajadores, demócratas, empresarios, republicanos y se sentían clase obrera”.

Habló de tu padre, de cómo fue arrancado de su casa y delante de sus diez hijos y su mujer, golpeado en la cara con la culata de un fusil por un falangista. Y te nombró explicando cómo después de un silencio de años en su lecho de muerte le dijiste.

-Mamá, me acuerdo cuando se llevaron a papá. Y contó como los dos llorasteis abrazados quizás por primera vez porque durante mucho tiempo hasta llorar por las víctimas era peligroso. Explicó que tú eras el primer firmante del escrito que leía pero que había muchas más firmas de descendientes de diferentes tendencias políticas y recalcó como tu padre amaba la libertad. Fue bueno que lo dijera en aquel momento en el que otros acusaban de no amarla a los que son como tu padre. Él la quería tanto que a una hija le dio su nombre.

¿Cómo pueden algunos ser tan cínicos y retorcer la realidad sin ningún pudor? Quizás para ellos la libertad es la que sirve para corromperse, pagar a tránsfugas, mentir y tergiversar las palabras. Tu padre tuvo que sufrir un largo viaje. Lo arrancaron con odio de su casa, un día de septiembre de 1936, a las siete de la mañana; lo trajeron al seminario de Tui, que habían convertido en cárcel; lo “pasearon” hasta O Alto do Confurco para asesinarlo cruelmente; lo enterraron en Mondariz en una fosa común fuera del cementerio para que la gente pudiera pisarlo. Años después, vinieron a desenterrarlo porque necesitaban cadáveres para llenar la megalomanía del dictador: El Valle de los Caídos. Aquella “grandiosidad” construida mientras en España mucha gente moría de hambre, se pasaba frío y se lloraba a escondidas entre banderas, himnos militares y gritos que llamaban de “rigor”. Cuando lo llevaron al Valle, en el colmo del sarcasmo, hipocresía e indecencia que les caracterizaba, se lo comunicaron a tu madre en un escrito con el final consabido de entonces: “lo que comunicamos a usted cuya vida guarde Dios muchos años”. Convirtieron a Dios en cómplice de sus fechorías y ayudaron a esa conducta los que conceden perdones pero no los piden.

Espronceda, con la ayuda de los que llevan muy dentro el humanismo, traeremos los restos de tu padre a su Caldelas natal para que por los siglos de los siglos se vaya haciendo tierra con tu madre, tus hermanos y tus abuelos.

El día que lo enterremos dignamente sonará tu música preferida y moverás la cabeza tarareando la canción, como aquella noche en León cuando escuchamos a un guitarrista callejero y me dijiste con orgullo y cariño: “mi padre nos enseñaba música antes que a leer”.

Nos miramos, sonreímos y me pareció, en aquella noche muy fría, que la frase quedaba escrita en el aire y al día siguiente sería acariciada por el sol. Soñamos con lo imposible y con la posibilidad de que se haga un mínimo de justicia con Domingo Paramos Núñez, O Ferreiro de Caldelas, y con todas las víctimas de aquel golpe de estado apoyado por Hitler y Mussolini.