Todos los días iba a verla. “Mamá, ¿vino tu hija a verte?”, le dijo un día a su madre. “No”, contestó ella. “Qué mala es tu hija”, bromeó Montse Núñez Couto. “Oiga señora no le consiento ni a usted ni a nadie que hable mal de mi hija”. Su hija jamás olvidará la escena y el día de esas palabras.

Yo la conocí, tenía una mirada muy dulce y una hermosa sonrisa. Nunca dejó de tener ese rostro pero perdió la razón y no se conocía ni a sí misma en el espejo. Pero incluso con la cabeza inmersa en la oscuridad completa, nunca dejó de ejercer de madre en un momento como lo anteriormente contado.

Las redes, llamadas sociales, aportan muchas veces, la mayoría, insultos, malas palabras, bulos (ahora llaman fakes) y también calumnias. Desgraciadamente menos veces amigos que parecen que vienen desde la infancia y sus enseñanzas. Días atrás apareció un escrito de esos que hacen salir de los “adentros” los sentimientos más hermosos y las rebeliones contra las injusticias que están intentando meter en nuestra realidad cotidiana como algo normal, pero no lo es y esperemos que no lo sea nunca. Me refiero a esas formas que quieren, aprovechando la pandemia, convertir lo que les conviene en obligaciones para siempre. Por ejemplo, el tener que pedir cita para todo y la contestación del teléfono del pulse o diga (o diga o pulse). O, en cuestiones de salud, convertir la profesión de médico en contestador telefónico y la del paciente en un autopalpador o en un tosedor al aparato o en un enseñador de cualquier cosa por vídeo conferencia sea hombre o mujer…

Ana Bautista escribió. “Solo existe el Covid, no puedes estar enfermo de otra cosa, hoy realmente lo he vivido, vi a mi madre mal, cansada, con fiebre por la noche, malestar y pedí cita médica. Solo telefónica, es lo mandado. Me llamaron poco después para decirme que pasara por urgencias por posible caso Covid. No sirvió de nada decirle que yo sólo quería que la viera un médico que sabía que no tenía Covid y no quería que se contagiase”.

Sagrario López Comesaña tiene raíces tudenses. Desde A Coruña comentó el escrito de Ana. “Puede ser Covid pero si no la miran y no la auscultan ni le hacen una radiografía de tórax puede ser una neumonía y de eso también se muere y por teléfono no se debe consultar a un paciente, aunque a alguno, patéticamente, le pidieron toser al auricular y así le dieron un tratamiento. Y… ¿si te duele el abdomen? ¿te van a pedir que te palpes y digas por teléfono en donde te duele? Soy médico jubilada y me parece penoso e indignante lo que está pasando”.

Sagrario pone en evidencia lo que algunos intentan hacer normal (quizás para que la sanidad privada tenga clientes. Conste que no digo enfermos).

Hoy ha vuelto a escribir Ana Bautista. Corto y pego.

“Nada ni nadie te prepara para presenciar cómo se apaga la luz interior de las personas que más has amado durante toda tu vida: aquellas que te la dieron. Ver cómo sus ojos van perdiendo su brillo, ajenos a todo lo que les rodea. No hay palabras para describir esa mirada que se pierde en los rincones de su subconsciente. Es muy tremendo cuidar de tus padres enfermos de demencia senil, Alzheimer, cuerpos de Lewy, etc. Qué tristeza produce ver que aquellos que dieron todo por su familia y un día te preguntan quién eres, o que empiezan a repetir cada dos minutos las mismas palabras, ver cómo poco a poco van perdiendo sus facultades hasta quedar totalmente postrados. Las enfermedades de la mente son devastadoras y machacan a las personas y a quienes los rodean. Octubre es el mes de la conciencia sobre las enfermedades mentales”.

Ana en su primer escrito no había mencionado el estado mental de su madre y tampoco la nominación de este mes. Sentí un cierto remordimiento. No por mí solo sino por toda una sociedad que tiene que oficializar meses y días para dar a conocer las tristezas inmensas que nos rodean.

Cuando todo sea privado seremos privados de todo y entonces las enfermedades podrán crearlas los que quieren hacernos clientes de la salud para ganar dinero con nuestro mal. Ojalá nunca suceda.

El Covid-19 es culpable pero muchos de los que ahora fallecen quizás seguirían viviendo si nuestro sistema de sanidad hubiera estado más preparado. Durante años se fue vaciando de personal sanitario (alguno muy capacitado), de aparatos y de medios y se intentó potenciar otro modelo de sanidad. El gobierno de Madrid quiso ser la vanguardia de la idea. Hoy están pagándolo los madrileños. Demos gracias a la “Marea Blanca”, las personas que lucharon por una buena sanidad e impidieron políticas que podrían causar muchos más muertos. Cuando se dice que España está a la cabeza de infectados convendría pensar en el pasado más próximo.

Conviene recordar que nuestra Constitución proclama derechos que no se cumplen y a personajes políticos, que se autodenominan constitucionalistas, parecen no gustarles. Quizás prefieran beneficencia a derechos: sería la gran vuelta al pasado en la historia.

Cuando se acabe la pandemia, luchemos todos los días con la palabra y el voto, en el momento que lo ejerzamos, por la sanidad pública, universal y con los medios necesarios para hacer frente a la enfermedad.