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Adoptantes: Pinscher, 50 - Palleiro, 0

El Refugio de Cambados ofreció dos perros en adopción con una diferencia de días y mientras que a uno, Max, le llovieron ofertas, al otro, un simpático palleiro, no. El quid de la cuestión es que uno es de la raza de moda y no es la primera vez: «Con otro ejemplar, colapsamos en peticiones».

Xalo no ha suscitado tanto interés en ser adoptado como su compañero Max . |  FdV

Xalo no ha suscitado tanto interés en ser adoptado como su compañero Max . | FdV

Cambados

El Refugio de Cambados ha vivido estos días un nuevo episodio triste. No se trata de otro abandono ni de un caso de maltrato de los muchos que ha presenciado en estos veinte años y, a veces, muy desagradables. Simplemente ha sido la reacción a dos de las habituales publicaciones que realiza en redes de animales en adopción.

Con dos días de diferencia, divulgó las bondades de Max, un lustroso pinscher, y de Xalo, un simpático palleiro que no ha despertado el mismo interés, ni de lejos. Mientras que la correspondiente al ejemplar de una de las razas de moda provocó 533 compartidos, la de su compañero sin pedigrí se quedó en 85. En el apartado de comentarios aún fue peor: Xalo recibió siete y ninguno interesado en llevárselo a casa, mientras que entre los 128 de Max había una multitud de hogares esperándole.

«Hemos tenido dos perros de esta raza, aunque uno era un cruce, y recibimos medio centenar de solicitudes, y las que se nos habrán quedado atrás. El voluntario encargado de los cuestionarios colapsó, se presentó gente en la Clínica, me llamaban a mi teléfono personal... Gente diciendo, “me lo llevo ya”, y teniendo que explicarles que hay un proceso y que debemos estudiar todas las solicitudes. Llegamos a pensar que fue un error publicarlo en las redes», explica la presidenta de la protectora, Olga Costa.

No es la primera que enfrentan peticiones de adopción donde median la apetencia, las modas, las exigencias absurdas tratándose de un animal… «Que si quieren uno grande o uno pequeño, o de raza, que no se cague, que venga enseñado… Creo que cuando quieres a un animal hay cosas que sobran», añade.

Así las cosas, al Refugio no le tiembla la mano a la hora de denegar solicitudes. Son exigentes por el bien del animal: estudian las circunstancias del peticionario, su entorno, sus pretensiones… «Intentamos encontrarle la familia perfecta y a veces nos equivocamos, es cierto, pero también hay gente que miente. Tuvimos un caso de un cachorro que duró siete días en una casa. La adoptante nos ocultó que se iba a mudar y a donde iba, ya no podía llevarlo».

Más conciencia

Y para espantar a los interesados en obtener un rendimiento económico y no contribuir a la problemática del abandono, los perros y los gatos siempre se entregan castrados, lo que les ha valido acusaciones de que «hacemos negocio», porque cobran la intervención. No obstante, en esto notan más conciencia: «Ya no encontramos tantos problemas de camadas de cachorros abandonadas por la irresponsabilidad de no esterilizar, pero sí nos preocupa la deriva que están llevando otros relacionados con herencias. Personas que fallecen y sus herederos se quedan con la propiedad y echan al animal a la calle, literalmente», lamenta la cambadesa.

Costa cree que , en comparación con otros países, en España aún queda mucho por hacer y cuenta el caso de una pastor alemán, anciana y ciega, que estaba condenada a la eutanasia, pero le encontraron una familia alemana dispuesta a pasar el ingente trabajo que supone cuidar a un animal así, durase lo que durase, y «hoy, las ves, y es otro perro».

Por estas experiencias y porque en estos 26 años de la asociación también se han encontrado muchos adoptantes responsables, no cejan en su empeño de buscar hogares y eso que «hemos oído de todo. Desde gente que se deshacía de sus perros porque le mordía una manguera». Aunque también hay casos como el de Max, donde su dueño, realmente, no puede ocuparse de él.

Ahora mismo la protectora está inmersa en encontrar, sobre todo, sitios de acogida temporal para que en las instalaciones de Corvillón quede el menor número posible durante el invierno. «Especialmente no queremos que se queden los más mayores porque es muy duro. Somos realistas, no es lo mismo que un hogar».

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