La postrera y dolorosa vendimia silenciada
«San Miguel das uvas, que moito tardas e que pouco duras». El refranero popular siempre sabio, parece no haberse cumplido este año. Y es que, pasado el San Miguel, con la vendimia al uso cumplida hace ya semanas, a algunos les tocó la última vendimia, y la más dolorosa: recoger la uva y echarla al suelo.

Uva albariña que quedó sin vender, tirada al suelo como abono, esta semana en O Salnés. | T.Hermida
Diego García Santiago, ingeniero agrónomo y técnico de campo en la cooperativa vitivinícola meañesa Paco y Lola, reconocía que «si a algunos viticultores les ha quedado uva colgada en una viña, en espera de la poda, recomendamos desprenderla de la planta para que la cepa pueda regenerarse y recobrar fuerzas de cara a la próxima campaña».
«Además -agrega- con la labor de retirarla evitamos posibles contagios de oídio y botritis, que empezaba a asomar en algunas cepas en los últimos días de la vendimia, y que pueden contaminar a la cepa si los racimos non son desprendidos de la planta».
El técnico explica además la utilidad de esta labor: «Resulta doloroso tirar al suelo esa parte sobrante, si la hubiese en casos, pero con ello podemos sacarle utilidad por cuanto la uva contribuirá al abonado de la tierra».
«Se trata de completar un ciclo natural y vital de la viña, y dejarla preparada para la futura campaña». Sobre el proceder con la uva tirada al suelo, Diego García aconsejaba, «enterrarla con un fresado para favorecer la descomposición y, a la par, evitar que, si queda a flor de tierra, se convierta en foco de atracción para la velutina u otros mosquitos, con las plagas que ello puede acarrear».
Diego García añade que, «cierto que si el viticultor poda muy temprano, el suelo fresado puede hacer más dificultoso el caminar sobre la viña mientras se poda… Es una cuestión que dejamos más al parecer de cada cual».
Excedentes dolorosos
Un viticultor de una parroquia meañesa, consultado por FARO DE VIGO, y con mucha viña en explotación, reconocía haber «regalado uva sobrante a algunos amigos» y luego afrontar esa labor de vendimiar ese excedente al suelo. «En mi caso -explica- lo vendimié al suelo, y una parte, en torno a unos 6.000 kilos recogidos en viñas fuertes, los trasladé en el tractor para verterlo sobre el suelo de otras viñas más débiles, con el objeto de que sirviera como abono para fertilizarlas».
La situación del excedente ha sido habitual en tierras salinienses, y ha afectado a una mayoría de viticultores con viñas en edades de plenitud de producción. Un excedente que este año no contempló el Consello Regulador Rías Baixas para permitir incrementar el cupo máximo como hiciera en otras campañas. Viticultores de Meaño, Meis, Ribadumia y Cambados han reconocido sobrante -mayor o menor- en el total de su viñedo. Incluso un viticultor meañés tiró de retranca, aviniéndose a colocar en su viña donde sobraba uva un letrero donde rezaba: «Entre y sírvase».
Entre los que vivieron esta situación, un viticultor meañés, que admitía que, con las viñas que explota, le correspondía en la tarjeta de la Denominación de Origen Rías Baixas un tope de 53.000 kilos, «y, de ello, me han quedado colgados en viña cerca 15.000», lo que, en su caso, se traduciría en un exceso del 28 por ciento.
Otra viticultora del municipio confesaba que, «del tope de 30.000 kilos en tarjeta, me han quedado en planta casi 9.000». Un tercero de Meis, con tope de 8.000 kilogramos, admitía un sobrante de 2.000, o una cuarta parte, que respondía a una comunidad familiar, con un límite de 8.900 kilos, le quedaron en planta «sobre 2.500». Y así, entre los consultados, todos referían excedentes que se movían en la horquilla de entre el 10 y ese 30 por ciento.
Alternativas
Deshacerse de ese excedente se convirtió en labor ardua. Algunos viticultores, reconocían «de tapadillo», haber recurrido a vender parte de su sobrante «en B» a algunas bodegas, y hacerlo a precios pírricos, impuestos por los compradores, refiriendo cuantías que, las más bajas, oscilaron entre 30 y 60 céntimos por kilogramo.
Otros, optaron por vendimiarlo para sí y, después de años, atreverse a elaborar un poco de albariño artesanal en su bodega de casa para poder degustarlo luego o, algunos, más curtidos, intentar colocarlo en los furanchos que pululan por la comarca saliniense, si, llegado el tiempo, la situación se presta.
Eso sí, los viticultores consultados coincidían con la opinión trasladada durante la campaña por el Consello Regulador, de que esta ha sido «una cosecha muy buena tanto en calidad como en cantidad». «Buena para casi todos -agregaba un viticultor meañés-, menos para el pequeño viticultor con la caída de precios de la uva que tememos».
Los más avezados reclaman que desde el órgano regulador pongan foco de atención en viñas que no están operativas en la práctica hoy, «y desde las que, en cosechas como esta, se mete supuesta uva con la tarjeta a la que sigue adscrita una viña que, en realidad, no produce», y en la lucha contra la compra-venta en B.
Sea como fuere, al Consello le queda la misión de seguir profundizando en esa labor reguladora para que, manteniendo el equilibrio entre bodegueros y viticultores, se sigan elaborando los mejores blancos de España, y hacerlo a precios dignos para las partes.
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