Adiós al maestro de la eterna alegría

La crueldad de la vida a veces golpea sin razón. La muerte de Juan Pérez Eyré ha dejado noqueada a una gran parte de Vilagarcía. Un amigo incondicional, un profesor intachable y, por encima de todo, una persona entrañable y muy querida por méritos propios. A sus 50 años la muerte se ha cruzado en su camino con una devastadora y fulminante enfermedad que llegó silente a un cuerpo sano.

Todo se precipitó un jueves de esos muchos en los que Juan nunca faltaba a su cita con el baloncesto, el deporte que practicó durante toda su vida. Aquel día no se encontraba del todo bien y esa fue la última vez que muchos lo pudimos ver, en el mismo lugar donde tantos le conocimos para nunca más olvidarlo, en el escenario del deporte. Fue hace poco más de un mes cuando se confirmó la presencia del maldito invasor en su cuerpo y el impacto de la situación solo se veía ligeramente aliviado por un halo de buenos deseos y esperanza en una recuperación que nunca llegó.

Con una entereza digna de todo elogio, y rodeado de su familia y amigos más cercanos, Juan sacó todas las fuerzas que le quedaban para preparar a los suyos para su adiós. Una última lección de grandeza humana, la más impresionante de todas cuantas le acompañaron a lo largo de su vida, y fueron muchas. Desde todas las que impartió a numerosas generaciones de alumnos a los que instruyó en el colegio San Francisco a tantas ejemplarizantes acciones y enseñanzas a los que le rodeaban con el sello personal de quien tiene una categoría humana especial.

Muchos son los recuerdos que deja Juan en muchas memorias y todos ellos buenos. Como era él, una persona maravillosa, una persona buena. Un apasionado de la política, de la cultura y del deporte en general, pero especialmente de su Real Madrid. Siempre capaz de argumentar, de debatir con criterio y de generar una atmósfera de felicidad impresionante allí donde estuviera. Con un carácter tan amable y tan integrador que ahora son cualidades que multiplican la tristeza que deja su partida.

Será imposible aliviar la pena de toda su familia y amigos, tocará convivir con su ausencia, pero siempre con el mejor de los recuerdos. A Juan no se le puede homenajear de otra manera. A su mujer Fanía, a sus hijos Juan y Jaime, a sus hermanos Pablo y Miguel, a sus padres Juan Antonio y Pilar, a todos sus familiares y amigos más cercanos… Mucha fuerza para soportar tanto dolor.

Una persona brillante en todos los aspectos, de las que nunca verán apagada su luz en aquellos que lo hemos conocido. Demasiado duro, demasiado cruel e increíblemente real. Vuela alto Juan. Descansa en paz amigo. Nunca te vamos a olvidar.