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«Por mucho Samaín que haya, Todos los Santos siempre se celebrará»

Vecinos y turistas llenan los cementerios de Arousa en una jornada cada vez más lúdica pero que no se despega del todo de la tradición

Arousa

Gary Aguilar explicaba a su hija adolescente el significado del relieve escultórico de uno de los arcos de la iglesia de Santa Mariña Dozo. Residentes en Pontevedra, a primera hora de la mañana habían visitado la iglesia de Mourente, y a mediodía se habían desplazado a la de Cambados, en cuya nave y capillas hay numerosas tumbas antiguas. Como él, cientos de personas acudieron ayer a los cementerios de O Salnés con motivo del día de Todos los Santos.

La mayoría lo hicieron para visitar a sus amigos y familiares fallecidos. Otros, como Gary Aguilar o un nutrido grupo de salmantinos llegados a mediodía en el tren turístico de Cambados, querían contemplar en su apogeo un camposanto como el de Santa Mariña, engalanado con flores y luces. «Esta fecha trasciende la religión -opina la cambadesa Olalla Oliveira-. No se puede desligar de ella, porque estamos en una iglesia, pero también es tradición, cultura, historia».

Numerosas personas acudieron desde primera hora de la mañana a los camposantos, para terminar de limpiar y decorar las tumbas de sus allegados. Aunque la mayor afluencia se produciría desde media tarde, y sobre todo al anochecer, cuando los cementerios lucen con todo su esplendor y están a rebosar de gente.

Sin embargo, hay quien cree que ya no es tanta como antaño. «Cada vez se celebra menos Todos los Santos y más Halloween», considera Álvaro Sanz, uno de los vecinos de Salamanca que habían llegado en el tren turístico.

¿Decae la tradición?

¿Es la de visitar los cementerios el 1 de noviembre y vestir las tumbas de los allegados con velas y flores una tradición en decadencia? El peruano Gary Aguilar cree que sí. Hace doce años, cuando llegó a Galicia, «había más gente en los cementerios, quizás porque es una tradición que mantiene sobre todo la gente mayor y se va perdiendo un poco a medida que ellos van faltando».

«En Perú está es una fiesta muy grande», añade. Allí se vela a los difuntos durante todo el día, e incluso durante la madrugada del día 2. En la región de la que él procede, Piura, al norte del país, el 1 de noviembre se vela a las personas mayores, y el 2 a los niños. Pero según él, también entre sus compatriotas asentados en España estas prácticas culturales se van difuminando con el paso de los años. «También entre nosotros se está perdiendo esta tradición. Ahora parece que se celebra más el Halloween por los niños que el Día de los Muertos».

Andrea Pérez y Álvaro García, dos jóvenes cántabros, también creen que cada vez menos gente conserva la costumbre de acudir a los camposantos y pasar un momento junto a los allegados difuntos. «La mayor parte de la gente que sigue yendo ya es mayor». Ellos acudieron a la vieja iglesia de Santa Mariña por recomendación de la oficina de turismo de Cambados, y afirman que la visita valió la pena. «Es muy bonita, choca verla así, en ruinas, destechada».

Sobre la una de la tarde, el tren turístico paró a las puertas de Santa Mariña, y se apeó de él un nutrido grupo procedente de Salamanca. Una mujer joven se extrañaba de que sobre algunas tumbas hubiese cirios encendidos; otro, natural de Madrigal de las Torres (Ávila) aseguró que la gran diferencia de la necrópolis arousana con respecto a las de su comarca natal eran las tumbas, estrechas y a ras de suelo. «Allí son más grandes, y están levantadas».

Un hombre de mediana edad que les acompañaba, Álvaro Sanz, cree que como muchas otras prácticas vinculadas en mayor o menor medida a la religión, la fiesta de Todos los Santos ha perdido en la actualidad gran parte de su significado. «Cada vez se celebra menos este día, y más Halloween», sentenció.

Flores para todos

Los arousanos opinan, sin embargo, que la tradición no ha decaído en absoluto. «Yo veo flores en casi todas las tumbas», resalta Olalla Oliveira, al pie del altar de la iglesia en ruinas de Santa Mariña Dozo. «La gente de Cambados solemos venir más por la tarde», prosigue.

Ramón Ambrós tampoco comparte la impresión de que la fiesta de Todos los Santos se esté desvaneciendo. «Por mucho Samaín que haya, el día de los Difuntos siempre se va a celebrar. La gente mayor y los jóvenes seguirán viniendo a los cementerios, porque todos tenemos a alguien aquí». De hecho, ayer no notaba menos afluencia que otros años. «Por las mañanas, la gente va viniendo más a cuentagotas. Cuando más hay es por la tarde y a primera hora de la noche».

En Cambados, la misa principal de Difuntos se celebra a media tarde en la iglesia en ruinas. Fue una de las últimas oportunidades, hasta la próxima primavera, de ver el Cristo de Francisco Leiro, que el escultor cede unos meses al año para ser expuesto en la cabecera del templo. En los próximos días, lo retirará para que no se estropee por su exposición a la intemperie.

Mientras, en Vilagarcía, el cementerio general ubicado en la recta de Rubiáns tuvo ayer un horario especial de apertura, de ocho de la mañana a diez de la noche.

Gran parte de las tumbas estaban profusamente decoradas con ramos y coronas; en algunas de ellas también había fotografías de las personas fallecidas, una costumbre que siguen mucho las familias de etnia gitana. El de Todos los Santos es un día muy importante en el calendario del pueblo gitano, hasta el extremo de que muchos pasan el día entero frente a los nichos y panteones donde están sus parientes, desde primera hora hasta que cierra el cementerio por la noche.

Junto a la capilla, que ayer no abrió en todo el día -ni se celebró el tradicional oficio religioso de Difuntos- debido a que está pendiente desde hace meses de una obra de restauración, se encuentran algunos de los enterramientos más antiguos del cementerio, muchos de ellos de los años 20 o 30 del siglo pasado. Muchos permanecían ayer desnudos, sin flor o adorno alguno, pero en otros se veía al menos un ramillete. También lo tenía Joaquín María del Valle Inclán Blanco, el hijo del escritor, que falleció siendo niño en Cambados en 1914. Más de un siglo después, Sandra Rial, una cambadesa sin vinculación con la familia Valle Inclán, sigue cuidando con mimo y cariño de su recuerdo.

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