Vuelve la crispación a las rocas, básicamente porque hay miedo a quedarse en el intento. Mar tiene que actuar ya para dar seguridad a bateeiros, percebeiros y otros colectivos que cada día arriesgan su vida para ganarse el sustento.
Las imágenes de decenas de personas enfrentándose al oleaje para conseguir la semilla de mejillón en la costa gallega son tercermundistas si se piensa en términos laborales.
Alguien tiene que actuar de inmediato y exigir que esa labor económica tenga garantías y que nadie se quede en el intento. Un kilo de mejillón no justifica una vida, tampoco la de un kilos de percebes.
Mar tiene que reunir de inmediato al sector y ofrecerle soluciones racionales para que la tarea de buscar mejilla deje de ser un auténtico infierno. Ya ha habido unas cuantas muertes y no se puede consentir ni una sola más.
Las administraciones han sabido ordenar otras actividades. Ningún albañil se sube a un tejado sin arneses, nadie retira placas de uralita sin escafandra, nadie se sienta en una oficina sobre un taburete durante ocho, diez o más horas.
Trabajar en condiciones dignas es una premisa inexcusable y, por ello, las administraciones deben ponerse ya las pilas y dejar de trabar las ruedas con palos.
Nadie quiere una nueva guerra entre percebeiros y bateeiros, tampoco con los trueleiros de camarón, pero es preciso buscar normas de convivencia pacífica, aunque para ello se endurezcan otras instrucciones o se impongan sanciones a quienes las incumplan.
Las rocas son de todos. Limitar la actividad en algunas concentra el esfuerzo en otros espacios y por tanto que se registren avalanchas como las que se han visto esta semana cuando unos 120 marineros trataban de llenar sus sacos de mejilla en un espacio ínfimo, en un lugar donde las olas tienen cara de pocos amigos y baten con fuerza.
Y es que las desgracias aparecen cuando uno menos se lo espera. Cada día es una ocasión más de que algo suceda, sobre todo cuando 60 gamelas intentan alcanzar la zona de más remolinos.
Un mar bravo que realmente acojona con esa espuma blanca que regresa tras el golpe en la dura piedra. Y muy cerca, decenas de trabajadores indefensos que difícilmente tendrán quien les socorra en un trance.
Recuerden que son personas las que se enfrentan a ese riesgo vital cada día de invierno, con la sana intención de llenar las cuerdas de sus bateas para que lleguen a ser productivas en unos meses.
Faciliten su actividad y permitan que puedan acudir a zonas donde el mar sea más sereno que en la bien llamada Costa da Morte.
Existen muchas opciones y la más racional conseguir una entente de todos los colectivos, basada sobre todo en el respeto a los recursos de cada cual.
Lo que nunca puede admitir una administración competente es que alguien arriesgue su vida para conseguir un mendrugo de pan. Lo que están obligados a hacer los bateeiros, al salir en tropel, es una auténtica temeridad y la responsabilidad es de todos. Actúen de forma correcta y sin plegarse a los intereses de unos pocos. La vida es sagrada.