Poco después de las 5.30 horas del sábado, 3 de diciembre, la central de emergencias del 112 Galicia recibió una llamada del servicio de teleasistencia de la Diputación de Pontevedra. Un técnico explicaba que había saltado la alarma de un dispositivo en Meis, y que el usuario no respondía al teléfono. Inmediatamente, el 112 alertó al puesto de Cambados de la Guardia Civil.
Los agentes Julio Sueiro Miguéns y Cristian González Coello salieron hacia Gondes, un apartado lugar de la parroquia de Armenteira. Poco después se puso en camino una segunda patrulla, formada por Miguel Ángel Martín Agra y Francisco Javier Pérez Alba. Ninguno de ellos sabía lo que se iban a encontrar en la casa. Miguel Martín, de hecho, pensó que tal vez el usuario había sufrido una caída y era incapaz de alcanzar el teléfono.
Llegar a Gondes no era difícil (el desvío está señalizado en la carretera de Armenteira, a su paso por Cabeza de Boi), pero encontrar la vivienda iba a ser mucho más complicado. En plena madrugada, y sin nadie a pie por la calle, los guardias se encontraron de repente con una maraña de estrechas pistas que se bifurcan del camino principal nada más dejar atrás As Pereiras.
Y cuando, por fin, llegaron a la zona se encontraron con una nueva dificultad: la alarma había saltado en el número 13 de Gondes, pero había casas sin numeración en el exterior. Y una de ellas era la que estaban buscando. Pero en ese momento, Miguel Ángel Martín, uno de los agentes más veteranos del puesto de Cambados, tuvo una corazonada y señaló el portalón metálico de lo que parecía un cobertizo. Su intuición ahorró a las dos patrullas unos minutos que a la postre resultarían vitales.
“Fue una suerte”, afirmó ayer Miguel Ángel Martín a las puertas de la vivienda, junto a José Manuel Álvarez Varela, hijo de Ricardo A.S., el hombre de 92 años que estaba dentro de casa cuando su equipo de teleasistencia activó la alarma. Aquella noche, la fortuna jugó varias veces a favor del nonagenario.
La teleasistencia
Ricardo A.S. fue siempre un hombre fuerte que se valió por sí mismo. Pero ahora, con 92 años, su familia creyó que ya no era buena idea que siguiese viviendo solo en Gondes, en una casa de labranza de mediados del siglo XIX construida en la falda de una colina con unas espectaculares vistas al valle de O Salnés y la ría de Arousa.
Su hijo había hablado con los servicios sociales de Meis sobre la posibilidad de trasladar a su padre a una residencia, y mientras tanto le instalaron en casa un equipo de teleasistencia, que está pensado para que personas de edad avanzada o con dependencia puedan seguir viviendo en sus domicilios. Si sucede algo, basta con pulsar el botón rojo de un colgante o de un reloj de pulsera para dar la voz de alarma. Y en ocasiones, el equipo se activa solo. Eso es lo que sucedió en casa de Ricardo A.S. En torno a las cinco y media de la mañana de aquel sábado se declaró un incendio en su cocina, posiblemente en un electrodoméstico, y cuando las llamas provocaron la caída de la corriente eléctrica, la centralita quedó sin energía y avisó automáticamente a los técnicos que estaban esa noche de guardia.
La puerta abierta a patadas
El portalón del cobertizo estaba abierta. Antes, Ricardo A.S. lo cerraba con pestillo, pero su hijo José Manuel le pidió que no lo hiciese, por si un día necesitaba que alguien le echase una mano. Esa precaución ahorró también un tiempo precioso a los agentes, que al aproximarse a la vivienda ya vieron el humo salir a través del tejado y comprendieron que se enfrentaban a una emergencia muy seria.
En primer lugar, trataron de acceder a la casa por una ventana lateral, pero resultó ser la de la cocina, y en cuanto corrieron ligeramente una de las hojas, les recibió una espesa y caliente humareda. Descartada esa opción y la de una ventana situada en la fachada, que estaba demasiado alta, se dirigieron a la puerta principal. “Estaba cerrada con una tranca”, explica Miguel Ángel Martín. Nadie respondía dentro, y puesto que no había un segundo que perder, los guardias empezaron a golpear la puerta a patadas. Fue así como finalmente lograron forzarla. Y vieron por primera vez de cerca el horror al que se enfrentaban.
A su izquierda, en la cocina, había fuego, y toda la casa estaba sumida en la oscuridad y cubierta de humo. “Esperamos unos segundos a que saliese toda esa bocanada de humo y ya entramos todos”, recuerda Martín. “En ese momento no se veía nada y no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, ni cuánta gente había en casa, ni dónde estarían. Por eso nos metimos cada uno en una habitación”. Sin máscaras para el gas ni gafas para proteger los ojos, solo podían defenderse del humo tapando nariz y boca o conteniendo la respiración.
“Todo sucedió muy rápido”, evoca el guardia. Tan rápido que, afirma, ni siquiera da tiempo a pensar. “En ese momento no piensas más que en sacar a la persona que está dentro. No piensas en el peligro que puedes correr ni tienes miedo a lo que pueda suceder”.
Una espera angustiosa
“Está aquí, está vivo”, gritó finalmente Francisco Javier Pérez Alba. Ricardo A.S. estaba tendido en el suelo de su dormitorio, semiinconsciente, con el cuerpo cubierto de hollín, y al lado de las muletas. Ya respiraba con mucha dificultad. Entre los guardias y un vecino que había salido de su casa a echar una mano lograron sacarlo al exterior.
A salvo del fuego y del humo, lo tumbaron de lado sobre una especie de mesa de madera. Lo taparon, y mientras un guardia volvía a peinar palmo a palmo el interior de la vivienda, por si había alguien más dentro, sus compañeros permanecían al lado del nonagenario, que cada vez que expiraba arrojaba bocanadas de humo negro.
“Fue un momento angustioso”, rememora Miguel Ángel Martín. Para entonces, los Bomberos y el 061 ya estaban de camino, pero los guardias sabían que Gondes queda a desmano y que aún tardarían en llegar, y que si durante la espera el herido dejaba de respirar tendrían que hacerle una maniobra de reanimación. Y aunque eran conscientes de que podrían hacerlo, contaron cada segundo hasta la llegada de los demás medios, que ya traían consigo los equipos sanitarios adecuados para aquella urgencia.
Dos semanas después, Ricardo A.S. se recupera en una habitación de planta del Hospital Provincial de Pontevedra. Su hijo explica que aún le cuesta respirar sin la mascarilla de oxígeno y que todo va muy lento. Después, cuando se le pregunta qué diría a los guardias civiles que salvaron a su padre, a José Manuel Álvarez Varela le tiembla un poco la voz.
“Estoy muy orgulloso de lo que hicieron. No es fácil entrar en una casa que no conoces, de noche, con un incendio dentro. Hicieron una labor muy buena”.