Un psicólogo cambadés ayudó a las Abuelas de Plaza de Mayo

Arturo Galiñanes trabajó con las mujeres que buscaban a sus nietos asesinados o secuestrados por la dictadura argentina

José Arturo Galiñanes Núñez, en una imagen reciente con Estela Barnes de Carlotto, presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo.

José Arturo Galiñanes Núñez, en una imagen reciente con Estela Barnes de Carlotto, presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. / Cedida

Argentina sufrió entre 1976 y 1983 una cruel dictadura. La muerte del presidente Juan Domingo Perón en 1974 agravó la situación de inestabilidad política y social del país, y en marzo de 1976 las Fuerzas Armadas llevaron a cabo un golpe de Estado que dio el poder a Jorge Rafael Videla. Casi inmediatamente se inició una feroz represión. Miles de obreros, estudiantes, intelectuales, militantes políticos o periodistas fueron perseguidos.

A algunos los mataron; a otros, los secuestraron y torturaron; muchos otros, desaparecieron. Pero, a pesar del clima de terror, un puñado de madres y abuelas salieron a la calle en busca de sus hijos y nietos. Son las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, dos organizaciones que siguen activas, puesto que todavía se cuentan con cientos -o miles- las personas cuyo rastro se perdió en algún momento hace ya cuatro décadas. Un psicólogo cambadés, Arturo Galiñanes, colaboró con este movimiento.

Todo empezó cuando una amiga le pidió que viese a unos chicos que no lograban avanzar en sus estudios. Eran hijos de desaparecidos, obligados a seguir adelante y a arrastrar el peso de la falta de un padre, o de los dos. Tiempo después, un médico le preguntó si podría echarle una mano con unas mujeres, integrantes de Abuelas de Plaza de Mayo, “porque veía en ellas una situación de malestar que no se debía a razones biológicas, sino psicológicas”, explica el cambadés.

Fue así como inició su relación con un movimiento social que ha ayudado a curar muchas heridas en Argentina y que ha evitado que los horrores del pasado hayan quedado ocultos bajo las simas del olvido y la indiferencia.

El recuerdo de la Guerra Civil

En realidad, la llegada de José Arturo Galiñanes Núñez a Abuelas de Plaza de Mayo no fue solo fruto del azar. Nacido en Cambados en 1948, y emigrado a Argentina con sus padres solo un año después, ya desde niño se crió en un ambiente progresista. Su abuelo Antonio Núñez Romay había estado detenido “por rojo”, y uno de sus tíos murió en la Guerra Civil tras enrolarse en el bando republicano.

Durante la juventud, su pensamiento de izquierdas maduró. Durante unos años, fue técnico mecánico industrial, y en ese tiempo conoció -y padeció- las malas condiciones laborales de las fábricas de la época. Cuando tomó la decisión de estudiar Psicología -carrera que compatibilizó con el trabajo como mecánico-, lo hizo para dar un nuevo rumbo a su vida, pero en modo alguno renunció a sus ideales.

Por ello, se prestó muy gustoso a colaborar con Abuelas de Plaza de Mayo. A pesar de que los comienzos fueron difíciles. “Aquellas familias se habían quedado muy solas”, recuerda Galiñanes. Los vecinos les repudiaban, dando por buena la explicación del Gobierno militar de que sus hijos o nietos habían desaparecido por ser terroristas. “Incluso muchos parientes suyos se alejaban de ellas por miedo a que les pasase algo”, apunta el cambadés.

Por ello, su trabajo consistía en ayudar a unas familias que en muchos casos estaban devastadas por el dolor, la impotencia y la incertidumbre de no saber qué había sido de sus seres queridos. Galiñanes ayudó a las mujeres, pero también a sus maridos, que a menudo presentaban cuadros clínicos todavía más dolorosos y traumáticos.

“El proceso de búsqueda de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo las fortalecía, porque estaban en una tarea de construcción”. Sin embargo, sus maridos se mantenían ajenos a las rondas frente a la Casa Rosada y al asociacionismo; pensaban que las autoridades serían hasta cierto punto indulgentes con las mujeres, pero que si fuesen ellos los que diesen el paso de buscar y protestar, lo pagarían caro. Sin esa válvula de escape, enfermaban.

“Muchos padres, además, se sintieron responsables de lo que les había pasado a sus hijos, porque las autoridades les decían que a sus chicos no les habría pasado nada si los hubiesen cuidado bien”, evoca Galiñanes. Los golpistas culpabilizaban a los padres de las ideas políticas de sus hijos, y los que aceptaron ese argumento vivieron el duelo con una enorme angustia.

Galiñanes también trabajó con chavales recuperados para sus familias biológicas. “Hasta ahora, Abuelas ha encontrado a unos 130 nietos, y cuando empecé yo iban cuatro o cinco”. Los primeros eran aún niños, de entre siete y nueve años, pues en algunos casos habían sido arrebatados a sus familias y dados en adopción a otras cuando todavía eran bebés; otros, nacieron en centros de detención, y nada más nacer fueron apartados de sus madres. “Esos niños no sabían que tenían unos padres biológicos que estaban desaparecidos. Era complejo transmitirles ese pasaje de su vida sin dar un contenido político a las explicaciones. Fueron situaciones muy traumáticas para ellos”.

Arturo Galiñanes, en una imagen tomada en el sur de Argentina

Arturo Galiñanes, en una imagen tomada en el sur de Argentina / Cedida

Una herida aún abierta

Arturo Galiñanes pasó la mayor parte del tiempo en la capital argentina, Buenos Aires, pero ahora se ha trasladado al sur, y reside en la provincia de Río Negro, en la apacible Patagonia. Ya está jubilado y ha dejado de trabajar con las Abuelas, aunque sigue vinculado a ellas. De hecho, en septiembre pasado viajó a la capital para participar en los actos de conmemoración del 45 aniversario de la asociación.

Pese al tiempo transcurrido de la pesadilla de la dictadura militar, muchas heridas permanecen abiertas. Las organizaciones estiman que el Gobierno militar mató o hizo desaparecer a unas 30.000 personas. “Aunque solo hay unas 10.000 denuncias formales, se supone que en realidad son muchas más -explica Galiñanes-, porque se cree que muchas familias no denunciaron por miedo. Incluso hay pueblos en los que desaparecieron familias enteras, de modo que no quedó nadie para denunciar”, advierte.

En el caso de Abuelas, ha buscado a lo largo de las cuatro últimas décadas y media a unos 400 chicos -que hoy ya serían hombres de mediana edad, o incluso sexagenarios- de los que solo han conseguido localizar a unos 130. Una situación tan terrible causó, sin duda, mucho daño a nivel individual, pero también en el social. “Fue una situación altamente traumática para toda la sociedad”.

Pero, como en cualquier otro orden de la vida, la forma de vivir ese trauma es muy diversa. Muchos han optado por pasar página y dar un giro de 180 grados a sus vidas; otros niegan la tragedia, para que los remordimientos o la culpa no los consuman; otros permanecen alerta, aferrados a la esperanza. Porque, como recuerda el psicólogo cambadés, “nunca se olvida a una persona que se ha querido, y que has perdido”.

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