Ya hace días que se cumplió el vigésimo aniversario de la tragedia medioambiental y el desastre económico que supuso el hundimiento del petrolero “Prestige” frente a la costa gallega.
Esa triste conmemoración cobra especial protagonismo esta semana en Arousa, ya que fue durante las dos primeras semanas de aquel fatídico mes de diciembre de 2002 cuando en esta ría se vivieron los momentos más agónicos.
Sobre todo en la costa de Ribeira (Aguiño, Corrubedo y Sálvora) y en San Vicente de O Grove.
Esa semana se cumplen dos décadas de la tragedia del “Prestige” en Arousa. Fue en los primeros días de diciembre de 2002 cuando los arousanos empezaron a luchar con sus manos contra aquello que se dio en llamar chapapote; una palabra casi desconocida hasta entonces, como lo eran términos como coronavirus, COVID y tantos otros hasta no hace mucho.
No estaban solos, ya que muy pronto se sientieron respaldados por una legión de voluntarios llegados de todo el país.
El espeso petróleo hacía acto de presencia entre el 1 y el 2 de diciembre de 2002 a la entrada de Arousa, afectando a la costa de Ribeira y O Grove.
Todo hacía temer una auténtica tragedia medioambiental y socioeconómica, sobre todo cuando aquellas bolas de chapapote que se bautizaron como “galletas” empezaron a introducirse en la ría.
Aquel mismo día se colocaban barreras anticontaminación para proteger los bancos marisqueros, pero la acción del mar las destrozaba, como anunciando que aquellas dos primeras semanas de aquel fatídico mes iban a resultar tan complicadas como escalofriantes.
Desde luego, aquellas Navidades no iban a ser las mismas para nadie.
Todo comenzó, en lo que a Arousa se refiere, el domingo 1 de diciembre de 2002, cuando se vivió en Santiago la mayor manifestación de la historia en Galicia.
"Nunca Máis"
Bajo los paraguas, hombres y mujeres, niños y adultos, entonaban aquel grito unánime de “Nunca Máis” que, desde entonces, pasaría a formar parte, para siempre, del sentir y el vivir de los gallegos.
Entre ellos infinidad de arousanos, quienes ya unos días antes se habían manifestado reclamando medios para luchar contra la amenaza que se acercaba desde el Atlántico.
Unos ciudadanos arousanos que aquel mismo día se despertaban con la noticia de que la gran mancha de petróleo, que avanzaba descontrolada frente a la costa gallega, estaba a punto de alcanzar la zona comprendida entre Sálvora y Cabo Touriñán.
Al día siguiente, los peores augurios se hacían realidad, pues la marea negra, que ya rodeaba Sálvora, se hacía notar en Corrubedo y Aguiño.
"El vertido de petróleo alcanza la costa de Corrubedo y acecha a a su parque natural", titulaba el decano de la prensa nacional.
Para pasar a contar que los voluntarios, Protección Civil de Ribeira y miembros de la cofradía de pescadores de Aguiño habían iniciado la limpieza de la playa de Balieiros.
Pero también para decir que el fuel ya se había pegado a las rocas y a la arena, tanto al Norte como al Sur del afamado faro de Corrubedo.
Un mejillonero explicaba entonces que el fuel parecía estar "bastante duro" al flotar sobre el agua, "por lo que podrá recogerse usando la cuchara hidráulica de nuestros barcos".
El patrón mayor de Aguiño, Andrés Monteagudo, hablaba entonces de manchas "de uno o dos metros" en la playa de Ladeira, cerca de las dunas de Corrubedo. Él no lo sabía, pero aquello no era nada si se compara con lo que estaba por venir.
La ría más rica y la más amenazada
A pesar de todos los esfuerzos, el chapapote llegaba a Arousa para quedarse durante un buen tiempo, de ahí que el 3 de diciembre de 2002 comenzara una auténtica batalla en la ría más rica, la más productiva y, en aquel momento, la más amenazada del mundo.
Pronto se extendería por la costa la imagen de gentes vestidas de trajes blancos manchados de negro.
Como también una imagen que, sin sospecharlo nadie entonces, era una especie de premonición de lo que ocurriría dos décadas después, ya que las mascarillas que tanto protagonismo cobraron con el COVID se habían hecho tristemente necesarias entonces.
Afectaba a las vías respiratorias
Solo aquellas mascarillas podían aliviar, que no erradicar, el intenso olor del chapapote y los gases que desprendía, afectando a los ojos y las vías respiratorias de cuantos se afanaban en recogerlo.
Como no podía ser menos, la tragedia que empezaba a castigar al Concello de Ribeira, en lugares como Aguiño y Corrubedo, también se hacía notar en el otro municipio arousano abierto al Atlántico, O Grove.
La península meca pronto vio su costa atlántica teñida de negro. Y eso que con rapidez se formó un auténtico ejército de voluntarios que dejó patente que toda la ría, y toda España, iban a ser una piña.
Comenzaba así una lucha sin cuartel plagada de dificultades, tanto por la escasez de medios con los que frenar el avance de la marea negra, como por las complicaciones surgidas sobre la marcha.
Contratiempos
Sin ir más lejos, no tardaron en romperse las barreras anticontaminación de O Grove y causaron daños en los bancos marisqueros.
Los mismos, por cierto, en los que ya se había prohibido la actividad extractiva, al igual que se vedó la pesca en toda la ría arousana.
Las barreras no solo habían demostrado ser ineficaces, sino que constituían un peligro para las zonas de producción.
La zona de O Pombeiro, en la costa de San Vicente, recibía las primeras manchas de petróleo, que también se apreciaba en otros puntos del litoral grovense.
Aquello fue suficiente para que la flota de toda la ría saliera en su defensa, situándose en Porto Meloxo la base de operaciones.
Fue allí donde empezó a almacenarse el petróleo que mejilloneros y marineros iban recogiendo en el mar, antes de que llegara a tierra firme y cobraran protagonismo los voluntarios de a pie.
En el mar se usaban las manos, cubos, cucharas hidráulicas y trueles de acero elaborados en Boiro, por encargo de la asociación de mejilloneros Cabo de Cruz.
“El petróleo acecha O Grove y toda la ría de Arousa sale en defensa de su costa”, publicaba FARO el 4 de diciembre de 2002, dando cuenta de que la flota de A Illa, Cambados, Vilanova y demás puertos se había sumado a las labores de prevención y contención”.
Entre todos habían recogido en apenas tres días mil toneladas de fuel en puertos como Aguiño, donde los marineros llegaron a increpar y a lanzar chapapote a los alcaldes de Ribeira, Boiro y A Pobra que se habían desplazado al puerto.
Los bateeiros les reprochaban así que no existieran medios materiales suficientes para luchar contra la mancha de hidrocarburo. Y eso que aquello solo acaba de empezar.
Así avanzaba una primera semana de lucha desaforada. Una pelea cuerpo a cuerpo de los hombres y mujeres del mar que permitió frenar en O Grove el avance del chapapote, aunque después siguieran llegando a las playas, ría adentro, las tristemente populares galletas de fuel.
Pero frenar aquella primera embestida era solo el principio y, como decía entonces algún patrón mayor, “sería de idiotas pensar que el problema está resuelto”.
Aquella semana y la siguiente fueron las más duras. Las que llevaron a la gente a usar sus manos, a veces desnudas, para recoger fuel.
Incluso empleando los heridos y sangrientos dedos para escudriñar en cada hendidura de las rocas del litoral tratando de extraer la negra mancha allí donde estaba más escondida.
Por aquel entonces no había diferencias entre percebeiros y bateeiros, todas las cofradías remaban a una y, del mismo modo que la sociedad aceptó confinarse con la pandemia del COVID, en el momento de la plaga del chapapote aquella sociedad decidió saltar a las playas para frenarla.
Vendrían otros muchos días, semanas y meses de lucha. Pero fueron las dos primeras semanas de diciembre de 2002, cabe insistir, las que de verdad cambiaron para siempre la historia de Arousa y los arousanos.
Ahora, cuando Gardel cantaría aquello de “veinte años no es nada”, bueno es que los arousanos miren al pasado y cuenten lo ocurrido a sus hijos y a cuantos no vivieron ni padecieron aquel trágico episodio medioambiental y social que asoló Galicia a raíz del hundimiento del “Prestige”.