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mirador de lobeira

Grandes cosas en vez de cosas grandes

Contemplar las paradisíacas Illas Cíes desde el suelo de Vilagarcía puede parecer a muchos una hipérbole y más si ni siquiera hacen falta unos prismáticos de voyeur ni siquiera vista de lince.

Ese espectacular punto geográfico, perfectamente diseñado por la madre Naturaleza, existe y está en lo alto de Xiabre, donde alguien de Engasa, sabiamente, había instalado el molino de viento más rentable de la cordillera.

Está muy bien, mejor dicho genial, que el Ayuntamiento de Vilagarcía se haya dado cuenta de que el mejor mirador del mundo había que rescatarlo a pesar de todos los pesares, aunque desperdiciar la energía eólica pueda suponer un sacrilegio, con la que está corriendo.

Vilagarcía tiene el privilegio de contar con una de las mejores atalayas del mundo, desde la que cualquiera puede contemplar a 360º una panorámica casi indescriptible con vistas a las tres fantásticas rías de Arousa, Pontevedra y Vigo, además de a toda la costa atlántica trazada entre las provincias de Pontevedra y A Coruña, algo que solo parece posible dibujar en un mapa a escala.

Es de agradecer que el Ayuntamiento haya apostado por este mirador natural y situase un banco tipo iglesia para disfrutar de un momento de divina contemplación junto a la Cruz oxidada que marca el punto más alto de una sierra que a su vez separa las comarcas de O Salnés, Umia y Ullán.

Con todo, la iniciativa se ha quedado escasa, por el hecho de que está limitada a los deportistas, a esos que como Carou están en forma y pueden hacer varios ochomiles, o aquellos que como Varela pedalean sin echar el hígado.

Queda, por tanto, algo importante por hacer en este espacio en el que la accesibilidad vuelve a ser la asignatura pendiente. Llegar al alto de la Cruz debe ser posible para todos y no solo para deportistas de élite en una ciudad que presume estos días de que se debe a los ciudadanos.

La solución la ofrecería de inmediato Abel Caballero que no dudaría al proyectar unas escaleras mecánicas para afrontar al menos el tramo final, el más escarpado y empinado. O, sin ir más lejos, A Coruña con su ascensor de pago al monte de San Pedro donde también hay unas vistas a su bahía espectaculares.

Nadie pretende un teleférico como el del Corcobado ni un gigantesco ascensor como el de la Torre Eiffel, sencillamente porque hay que pisar tierra firme a la hora de planteamientos algo menos sofisticados pues no está el horno para bollos.

Pero si deben ofrecerse alternativas a quien no esté acostumbrado a grandes caminatas, para quien necesite de la ayuda de bastones o sillas de ruedas, o para la familia que quiere subir con el carrito de bebé pueda disfrutar de estas privilegiadas vistas.

El lugar lo merece, por lo que no puede quedar restringido a aquellos que acuden cada año en bicicleta por la empinada cuesta a poner el Belén, a quienes acuden a robar sus figuritas, o a los que cuentan con todoterreno que salva cualquier obstáculo de la naturaleza.

Solo así, el mirador será amortizado y Vilagarcía podría contar con un reclamo para el turismo de naturaleza. Ojalá algún día muchos lleguemos a esta idílica cumbre sin un esfuerzo de titanes.

En definitiva se trata de hacer grandes cosas y no solo cosas grandes.

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