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Marisa Dovalo Méndez | Dueña de “Marisa Moda”
Marisa Dovalo Méndez Dueña de "Marisa Moda"

“Hice muchos kilómetros de niña con una máquina de coser a la cabeza”

“El COVID nos tuvo dos años sin poder vender nada”

Marisa Dovalo Méndez, propietaria del comercio meañés. | // NOÉ PARGA

“Marisa Moda” fue durante más de 50 años uno de los emblemas de comercio meañés. Abierto a finales de los años 60 fue creciendo para pasar de taller de costura a mercería y, a mediados de los 80, en un comercio de moda al uso. En su haber, las dimensiones grandes y su apuesta por marcas únicamente españolas a fin de poder garantizar la calidad de prendas y calzado. Añadido, un servicio de costura abierto en un taller anexo, para ajustar la ropa e incluso confeccionar cortinas y ropa de casa a gusto y encargo del cliente. No en vano, Marisa (nombre que en su partida de nacimiento reza como Luisa Eligia) es una de las caras más reconocidas por su dedicación de más de 50 años al público en una tienda de moda que fue su vida, que rezaba con su nombre y que era un referente que ahora se extingue con el cierre.

–¿Cómo se inició en el mundo del textil?

–Yo me inicié siendo costurera a los 15 años. Aprendí a coser yendo a un taller de costura con Marina “A Bichirigha”. Éramos cinco o seis alumnas con ella. Y ya con 15 años caminaba con una máquina de coser en la cabeza para trabajar a domicilio allí donde me requerían: Dadín, Seixiños, Morouzos, Paradela, Vilalonga, Nantes. Anduve muchos kilómetros con la máquina sobre la cabeza.

–¿Recuerda cuál fue su primera máquina?

Era una Alfa que me había comprado mi padre. No recuerdo el dinero que costó.

–¿Y cómo dio el salto a la costura y comercio estable?

–Fue al poco de casarme en 1966. Tito (su marido) y yo empezamos viviendo en casa de mis padres en Vilarreis, pero al poco iniciamos la construcción de esta casa (en rúa de Santa Lucía) y aquí en el bajo abrí un pequeño taller de costura. Recuerdo que criaba a mis dos hijas pequeñas, entretenidas dentro de una cesta aquí en el taller mientras yo cosía. Ahí se acabó lo de ir casa por casa.

–¿Qué era lo que más le encargaban como costurera a domicilio y luego más tarde en su taller?

–De todo, porque en aquellos años 60 por aquí se compraba poca ropa, más bien se confeccionaba: yo hacía blusas, faldas, camisas, pantalones, sábanas, almohadas…

–Y de ahí a la mercería.

–Cuando abrí el taller de costura acabé abriendo también en él una pequeña mercería, que rezó ya desde el inicio como “Mercería Marisa”. Era un pequeño cuarto de apenas unos 30 o 40 metros cuadrados, y empecé vendiendo en ella ropa interior, luego alguna falda, algún jersey de señora, alguna chaqueta… Pero siempre cosiendo: tocaba mucho subir bastas de pantalones, ajustar sisas, poner hombreras, todos los ajustes los hacía yo misma en tienda, amén de ir atendiendo encargos de confección.

–¿En los 70 aún vendía en ocasiones a fianza?

–Sí, sí, era práctica habitual. Los clientes eran conocidos, pero la gente era fiel a la hora de pagar las deudas, salvo algunas excepciones que siempre tiene habido.

–¿Cuándo amplió para convertirse en “Marisa Moda”?

–Fue a mediados de los años 80, que ampliamos para abarcar toda la planta baja y más, con un local amplio y una imagen moderna, ajustada al momento. Añadido, tenemos un almacén anexo, y con el tiempo dos, de los que poder tirar para tienda. El crecer hizo que pasáramos a ser tres, dos mujeres más y yo, una en costura y otra en tienda. A la par también trabajamos en la confección de cortinas y estores, por lo que pasamos a contar con dos y tres operarios más para su instalación. Además, por entonces dimos el paso a meternos también con el calzado.

–¿La jubilación le apartó del este mundillo?

–No, para nada. Sí dejé de estar cara al público y fue mi hija Mayte Domínguez Dovalo la que asumió gestión y cargo de la tienda. Pero yo seguía ahí, tomando decisiones en todo.

–La tienda acaba de cerrar hace nada. ¿Cuál fue la razón que le llevó a ello?

–El COVID nos tuvo dos años sin vender ni comprar nada. Fue la puntilla, porque se suma ahora a que mi hija Mayte y su marido están afincados en Pontevedra, tienen sus negocios allí y les resulta muy complicado gestionar también esta tienda en Dena. El problema es que una tienda muy grande exige mucha atención, mover un volumen grande de ropa, volver a llenarla después de los dos años por el COVID… Eso lo complica aún más. En realidad, fui yo la que decidió cerrar, sugerí a mi hija que era lo mejor.

–Usted vendía también mucho para celebraciones.

–Sí, y con el COVID durante dos años no hubo bodas, ni fiestas del Sacramento, ni Primeras Comuniones, que eran épocas de mucha venta, todo eso se paró y fue un lastre añadido.

–¿Cuál era el prototipo de cliente que recibía en tienda a lo largo de tantos años?

Muy variado. Desde clientes pudientes a otros que menos, gente mayor y otra joven, muchos clientes fieles de la zona, y otros llegados desde Vilagarcía, Pontevedra o Marín que, por referencias, se desplazaban ex profeso a comprar aquí. La verdad, a lo largo de todos estos años, me siento orgullosa de haber tenido una clientela muy buena y muy fiel. La gente venía y volvía, y eso siempre era gratificante.

–¿Ropa y calzado siempre de marca española o entraba también en los últimos años ropa “Made in…” un país asiático?

–Siempre ropa y calzado español. Se trataba de mantener la calidad y nunca se nos pasó por la cabeza recurrir a lo asiático, aún sabiendo que sus precios estaban siendo más bajos, y que significaba una competencia adicional. Pero siempre nos mantuvimos fieles a la marca española.

–¿Alguna marca de referencia en sus compras?

–Hubo muchas, la que más, la firma malacitana Sonia Peña, tanto en ropa como en calzado.

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