La señora Luisa iba haciéndose mayor. Su marido se puso enfermo y estalló la pandemia de COVID, una combinación que la apartó de la huerta y de su puesto en la plaza de la verdura de Vilagarcía, donde vendía cada martes y sábado los productos de máxima calidad que cultivaba en sus tierras. Pero Legumbres Nogueira no murió ahí, pues la veterana agricultora ya había enseñando el oficio a un digno sucesor. “Yo iba algo al mar, pero ahí no tenía futuro y me quedé desempleado. Como mi abuela tenía un invernadero y ningún hijo ni nieto quiso dedicarse a eso, yo le dije que quería empezar. No me dejó todo el invernadero de golpe, solo un espacio donde me dijo que plantase lo que yo quisiera. De hecho al principio ella vendía en un puesto y yo en otro, somos los dos muy independientes. Fue algo progresivo, poco a poco, hasta que a los tres años me dejó todo el invernadero”.
Son palabras de Eduardo González Nogueira, un vecino de O Rial de 30 años y el único hombre que vende en la plaza de la verdura de Vilagarcía, donde predominan las mujeres, en su mayoría de edades avanzadas. “Siempre me trataron muy bien, nunca tuve problemas con nadie. Maricarmen es la mejor compañera que uno puede tener”, agradece el vilagarciano mirando hacia ella, que trabaja en el puesto contiguo.
“Siempre me trataron muy bien, nunca tuve problemas con nadie. Maricarmen es la mejor compañera que uno puede tener”
En cuanto a los clientes, Eduardo también se considera todo un afortunado. Lleva apenas seis años como autónomo vendiendo las verduras y hortalizas que él mismo cultiva y ya tiene una cartera fija de compradores muy fieles. Este periódico ha sido testigo de ello, pues durante este reportaje una clienta quiso dejar constancia de ello: “Cuando llegué aquí él y su abuela fueron los que me ayudaron. Yo me paseaba por los puestos y estaba un poco perdida”, comenta la mujer de origen venezolano mientras compra patatas, cebollas y judías. “Vainitas las llamamos nosotros”, apostilla.
“Estoy muy contento. Tengo la mejor clientela que uno puede tener”, recalca Eduardo. Y no solo local, sino también foráneos que cada verano acuden a su puesto en busca de sus productos autóctonos y sobre todo de los exóticos que trae de otros países.
Ökra, pastinaca o pepinos mexicanos
Ökra (considerado un “superalimento” de origen hindú), calabacines brasileños, pepinos japoneses, coreanos, armenios, mexicanos, pepinos de limón, melones blancos alemanes, rábanos alemanes y pastinaca (una suerte de mezcla entre zanahoria y perejil) son solo algunas de las especies que Eduardo González siembra en el invernadero de 2.200 metros cuadrados que autogestiona en Arousa. A mayores dispone de un terreno al aire libre en el que planta patatas, maíz, ... Un trabajo de domingo a domingo en verano pero que le apasiona y que “no cambiaría por nada del mundo”, como él mismo reconoce. “Soy mi propio jefe. Además me sirve de desconexión. Eche las horas que eche en la huerta se me hace corto, me pasa el tiempo volando. De niño escapaba de la leira y ahora no la cambio por nada”, confiesa el joven, al que no le supone ningún problema trabajar solo.
Sudáfrica, Brasil o Irlanda
Cuando ahorra algo de dinero hace las maletas y se coge un avión. Así, ha estado en Sudáfrica (Ciudad del Cabo), Brasil (Río de Janeiro), Rumanía, Francia, Italia, Suiza, Irlanda, ... Al principio iba acompañado pero en los últimos viajes fue solo, como el pasado mes de diciembre, a Egipto, donde compró diversidad de plantas aromáticas y también tuvo tiempo para jugar en la calle con la gente local al ajedrez, “una de las cosas que más me gusta, aunque no soy profesional”, admite el vendedor.
Compra de semillas
Vaya a donde vaya, Eduardo siempre se hace con semillas de distintos productos para después venderlos en la plaza de la verdura de Vilagarcía (también reparte a domicilio). El proceso de siembra en los semilleros antes de pasar cada planta al terreno le quita mucho tiempo, pero es un hobbie que le encanta.
Además de los productos originarios de otros países, en el puesto de Eduardo González abundan las hortalizas gallegas. “En verano todo lo que vendo es de mi huerta, y cuando se me acaba lo mío sí que compro, pero todo producto de aquí, de Galicia. En invierno tengo que comprar de fuera, yo no engaño a nadie”, dice sin tapujos el joven cosechero. “Estos tomates –señala– no son míos porque todavía no es el tiempo”, aclara.
De hecho sus clientas están ansiosas por que maduren los de la huerta de Edu (como lo llaman en su entorno próximo). “Es lo que más le gusta a la gente. Tengo más de treinta variedades, cinco de ellas autóctonas. Uno es amarillo con sabor a fruta”, indica.
“Funciono con la luz”
¿Cómo es un día en la vida de Edu? Cada martes y sábado llega sobre las siete y media de la mañana a la plaza de la verdura de Vilagarcía, donde descarga sus productos, monta su puesto y se va a tomar un café. A las nueve empieza a vender y suele recoger sobre las dos, por lo que a las tres ya está de vuelta en casa. Pero el trabajo no termina aquí, pues las verduras, hortalizas y flores no entienden de días libres ni vacaciones y necesitan cuidados continuos. Quienes se dedican a la agricultura (ya sea de forma profesional o amateur) saben bien que en un huerto siempre hay algo que hacer. “Eche las horas que eche siempre son pocas”, sonríe el vendedor de Legumbres Nogueira. “Yo funciono con la luz. Me levanto sobre las seis y media o siete de la mañana. En primavera es cuando más trabajo tengo en el huerto, entre mayo y junio, y ahora en verano viene la época fuerte de ventas”.
Le gusta vivir en el rural y no lo cambiaría por la ciudad”. “Si me tuviese que ir a algún sitio distinto a vivir sería a Irlanda, pero tendría que aprender inglés porque yo pienso en gallego”, comenta entre risas.
Su abuela Luisa ya no vende en la plaza vilagarciana, pero ha sido incapaz de desvincularse de todo del huerto. “Tiene 81 años y sigue conduciendo. También plantando, y yo le ayudo”, concluye su nieto.