Los universitarios, mano de obra alejada ahora de la vendimia

Carlos Rodríguez, al fondo, se afana en la recolecta junto a sus amigos para aprovechar el poco tiempo que tienen este año. | // IÑAKI ABELLA / Andrés Vázquez
Andrés Vázquez
Ni aún queriendo les dejan trabajar. Y no es que no estudien, que esa es su primera y principal función, pero este año los universitarios arousanos se han quedado sin ese empujón económico que supone la vendimia porque los han requerido antes de lo previsto es sus facultades universitarias. Desde el día seis de septiembre deben atender al nuevo curso, justo antes de que la fase álgida de la vendimia se ponga en marcha.
Son pocos los osados que se atreven con la omnipresencia y hacen lo posible por vendimiar entre los primeros apuntes. El vilagarciano Carlos Rodríguez, a sus 20 años, cursa tercero de Relaciones Laborales en Santiago de Compostela y reconoce que, aunque él acuda a la llamada de la parra, “son muchos los estudiantes que han optado por renunciar a la vendimia porque les resulta imposible cuadrarla en su calendario”. Rodríguez, junto a un grupo de amigos que tomó la misma decisión que él, vendimió este año “el pasado lunes, ayer y hoy, dejando la semana libre para poder estar presente en algunas clases”.
Es un ritmo que pocos podrían soportar, pues el joven vilagarciano da fe de que cuando llega a su cama “el sueño se presenta al instante”. El propio lunes, tras la jornada de trabajo, puso rumbo a Compostela para asistir a las clases obligatorias del martes, permaneciendo hasta el jueves en la capital de Galicia y, en la noche de ese día, arrancar de nuevo para Vilagarcía y estar presente el viernes por la mañana en la finca de Tremoedo donde está empleado. El fin de semana lo pasará entre tijeras, cajas, uvas y tractores, para poder decir mañana lunes que se ha ganado su sueldo.
Este, el sueldo, es el motivo principal que empuja a los estudiantes a vendimiar. “El dinero de estas semanas nos viene muy bien para afrontar el curso”, asegura Felipe Ardila, al que todos conocen como Pipe, haciendo referencia a la precariedad en la que viven muchos estudiantes hoy en día. Para él ha supuesto todo un esfuerzo abonar el precio de sus estudios actuales, “un máster en contabilidad y auditoría en la Universidad Autónoma de Madrid”, que ha empezado este año. Hasta la fecha, Ardila lleva cinco vendimias, “pero este año, a su comienzo, ya estaba en Madrid”.
“Los sueldos, como siempre, son mejorables, pero cuando te ves con 16 años cobrando 600 euros en una semana, es imposible que no te queden ganas de repetir el año que viene”, asegura Pipe Ardila. Hace referencia este vilagarciano de 23 años a que tiene amigos que han llegado a coger sus vacaciones para el tiempo de la vendimia “y así sacarse un dinero extra en poco tiempo”.
Hablemos de negocios
“Existen dos sistemas, el que cuenta el sueldo por cajas (cada una de ellas a 1,50 euros) y el que es fijo por horas, 7 u 8 euros”, expone la estudiante de Educación Infantil en Pontevedra Ángela Abalo para comenzar su clase teórica. Ella intentó ir a vendimiar “al menos el fin de semana”, pero no la contrataron “para solo dos días”. “Personalmente, prefiero cobrar por cajas, pues permite operar sin la presión del capataz y a tu ritmo, que muchas veces permite cosechar más dinero que con sueldo fijo”. Para ello, “conviene llegar a las 30 cajas por día, pero sabes que puedes aflojar si quieres”.
La prima de Ángela Abalo, Marta García, es también de Portas, “de Lantaño”. Señala ella que los capataces pueden llegar a ser “un poco agresivos, pues a mi novio le han llegado a gritar para que apurase el ritmo”. García relaciona esto con “la necesidad de que a la empresa le compense tenerte contratado”. Este año le hubiese gustado ir a vendimiar, “como fui el año pasado con Ángela”, pero la dura preparación de sus oposiciones para educación se lo impide por completo.
Amigos para siempre
Normalmente, el colectivo estudiantil es uno de los que más abunda entre las parras, “además del de personas desempleadas y otras que se encuentran en rehabilitación para dejar las drogas”, según el relato de Carlos Rodríguez, que reconoce que “este año sigue habiendo gente, aunque faltemos nosotros”. Señala el estudiante que no hay, como en otras partes del Estado, personas jornaleras que no tengan regularizada su situación trabajando en las fincas, “pues con los nacidos en Arousa se llena el cupo”, añade Marta García, terminando la frase.
“Cuanto más pequeña es la empresa, mejor te tratan"
Una diferenciación está clara para estos estudiantes que, año tras año, se enfundaban las tijeras y se ponían a trabajar: el trato cercano de algunas bodegas les hace sentirse como en casa. “Cuanto más pequeña es la empresa, mejor te tratan, porque al final nos conocemos todos y se crea una comunidad”, afirma Pipe Ardila, que ha transitado todo tipo de fincas a pesar de su corta edad. El trato habitual, dicen los estudiantes, es que se permita “una hora para comer, que cada uno se administra como quiere”. “Pero cuando te encuentras en un ‘furancho’, con los dueños de la finca sirviéndote tortilla y demás manjares, te sientes como en casa”, asegura Ardila. En las fincas que no es así, “al menos nos juntamos los que estamos, en grupos de amigos”, según Ángela Abalo.
Se forman verdaderas amistades bajo las parras, “pues normalmente ya nos conocemos, pero si no, al menos de vista, nos identificamos”, comenta Marta García. Ella es muy abierta, “el alma de la fiesta”, por lo que no tiene inconveniente en sentarse al lado de otros jóvenes o de gente mayor. Marta García ha vendimiado toda su vida, “pues en mi casa tenemos una pequeña finca”. Expone que lo casero es “más artesano”, pues incluso tienen aparatos de facturación propia “y no se hace una producción en cadena: en casa mientras vendimias estás de cháchara con la familia”.
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