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TRIBUNA LIBRE

Llamemos a las cosas por su nombre

Financiar con fondos públicos y promover la expulsión de forma intencionada de los delfines de sus zonas de alimentación, un incremento de la contaminación acústica y, potencialmente, también de la contaminación por plásticos y metales pesados, además de impactar negativamente en otras especies marinas. Hacer esto no puede llamarse “conservación”, por mucho que se trate de justificar bajo el amparo de mitigar capturas accidentales.

La búsqueda de soluciones rápidas que buscan mitigar los problemas de interacción entre delfines y la pesca se ha vuelto cada vez más popular, en particular el uso de dispositivos acústicos de exclusión de cetáceos.

La Orden del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno español (APA/1200/2020) que acaba de entrar en vigor el 2 de enero de 2021 es un ejemplo de ello, promoviendo el uso de este tipo de instrumentos –los denominados pingers– a pesar de que, hasta el momento, no se haya demostrado su efectividad.

Desde un punto de vista científico, los pingers muestran resultados muy contradictorios en relación con el arte de pesca, especies de delfines, rango de amplitud y frecuencia de emisión, duración del despliegue y otros factores que no se suelen tener en consideración.

Efectos secundarios

Además, se desconocen los efectos secundarios que pueda provocar su uso en otras especies y en el ecosistema marino.

Estamos aquí ante un claro ejemplo en el que “el remedio puede ser tan malo como la enfermedad”, empleándose como una especie de “parche” para evitar tomar otras medidas de gestión.

Independientemente de que su eficacia esté o no comprobada, es bastante cuestionable que provocar intencionadamente la exclusión de delfines de sus zonas de alimentación sea una adecuada medida de conservación, y menos el empleo de fondos públicos de las comunidades autónomas que financien la adquisición de estos equipos a empresas privadas.

Abundan los estudios científicos, algunos de ellos llevados a cabo por el BDRI, que destacan la superposición existente entre áreas de alimentación de delfines y las zonas de actividad pesquera.

¿Qué sentido tiene, desde un punto de vista de la conservación, que las embarcaciones pesqueras se armen con instrumentos que expulsan a los delfines de sus zonas de alimentación?

¿No sería más lógico que la pesca industrial se gestionase de forma coherente con un enfoque ecosistémico a fin de garantizar que sea sostenible ambientalmente a largo plazo, con un impacto negativo mínimo en el ecosistema marino y sus habitantes?

Desde el BDRI hemos lanzado publicaciones en destacadas revistas científicas que ponen en evidencia que este tipo de medidas se alejan mucho de lo que son medidas de conservación de los delfines.

*Doctor en Ecología y director del BDRI

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