Aunque separadas por centenares de kilómetros, Ribadumia y Cádiz compartieron emociones en la tarde de ayer en el campo de A Senra. La eliminatoria de la Copa del Rey entre ambos equipos, retransmitida a todo el país, hizo que la distancia entre ambas localidades se redujese únicamente a la extensión de un campo de fútbol. Todo un acontecimiento que en la localidad saliniense se vivió como una avalancha de orgullo, expectación y oportunidad histórica a partes iguales.
Si ya los días previos al encuentro fueron un continuo de emociones, el día del partido se asemejó al de las grandes ceremonias. Atrás quedaban los preparativos y el cuidado de los detalles para poder paladear al máximo la visita de la magia del fútbol a la localidad.
Con más de una hora de antelación fueron llegando los poco más de 300 aficionados que ayer tuvieron cabida y la suerte de ocupar un sitio en las gradas de A Senra. La vitola de afortunados era aún más intensa si cabe por las inoportunas restricciones sanitarias, por lo que la predisposición a disfrutar entregándose a alentar a los futbolistas aurinegros fue absoluta.
Desde camisetas a bufandas, pasando por las obligatorias mascarillas. Nada quedaba al azar en la identificación con unos colores aurinegros que ya saben lo que es codearse con todo un Primera División. Esa sensación de no saber si algún día volvería a repertirse, aumentaba aún más la adrenalina de los que allí estuvieron este 17 de diciembre de 2020, fecha que pasará a la historia del Concello de Ribadumia, aunque los andaluces supieron aprovechar las dos ocasiones de gol.
Isidoro Serantes, socio fundador del club, también estaba allí. Al igual que el párroco Dositeo Valiñas, quien a sus 97 años no se quiso perder el encuentro y que ha sido pieza angular para que Ribadumia pudiese contar con un campo de fútbol allá por la década de los años 50. Se palpaba lo señalado del día en cada gesto, en cada mirada y en cada emoción. Parecía como si nadie quisiese que terminase nunca el tiempo reglamentario, pero la realidad era que todo estaba pasando demasiado rápido.
Al final como en todas los grandes combates ligueros: el intercambio de camisetas de los jugadores. Un recuerdo imborrable de una gesta entre un pequeño equipo de pueblo y uno de los grandes de la Primera División. Ribadumia gozó de su oportunidad.