Como todo 29 de julio, Santa Marta cobró el protagonismo en Pontearnelas aunque en este caso en un escenario que poco se pareció a los tiempos pre-Covid. Las medidas de obligado cumplimiento social condicionaron en gran medida el devenir de una fecha que puso a prueba la fe de muchos.

Misas y comida sintetizaron todo el programa de actos del día, pero con tantos condicionantes que poco hueco se dejó a la comparación con años anteriores. Desde primera hora de la mañana, la pequeña capilla de Santa Marta concentró a personas a su alrededor, que no en su interior.

Unos oficios religiosos que se celebraron con mascarilla y bien separados en el exterior de la pequeña capilla. Las circunstancias obligan y lo cierto es que también se dejaron notar en una menor presencia de fieles respecto a años anteriores.

En el exterior solo la pulpeira carballinesa Aurora Baranda se atrevió a que la fiesta de Santa Marta no se quedase sin una de sus señas de identidad. Un único puesto que, lejos de aglutinar una masiva presencia de clientes, tuvo que adaptarse a un ritmo muy escaso de visitantes. Incluso no fueron pocos los que preferían aportar sus propios medios para llevárselo a casa imponiendo la alternativa del take away con la nueva normalidad como aliada.

Hasta el tiempo empleado para degustar los alimentos era quizá más apurado de lo habitual. No tranquilizaban siquiera las continuas labores de desinfección de todas las zonas comunes. El ánimo de no estirar el tiempo de ocio en compañía pululaba en el ambiente y se hacía notar hasta en las costumbres más arraigadas.

Con el paso de las horas, y ya en la última parte del día, el ambiente fue ligeramente en ascenso, pero sin parecerse lo más mínimo a lo que comprendía hasta ayer la celebración de Santa Marta. Ni música, ni fuegos de artificio. Todo reducido a la mínima expresión que, por otra parte, no deja de ser la esencia de una celebración que forma parte del verano de toda la comarca.