Una buena parte de la historia laboral de Vilagarcía ha quedado en la memoria de la vieja fábrica Megasa, dedicada a la fabricación de envases de hojalata para la conserva; sobre la que actualmente está el hipermercado Alcampo. En esa factoría se han tejido las primeras acciones reivindicativas de las vilagarcianas, con un comité de empresa compuesto mayoritariamente por mujeres, al frente del que estaba la sindicalista de Comisiones Obreras, Dolores Cuevas.

- ¿Cuándo comenzó a trabajar?

- En el año 1974, tenía 14 años. En aquella época se entraba gente muy jovencita a Megasa.

- ¿Y fue desde el principio delegada sindical?

- No, en aquella época vivía Franco y no estaba legalizado nada. Pocos años después cuando se legalizaron los sindicatos, me afilié a Comisiones Obreras. Había una compañera que se llamaba Encarnación Gallego, que fue la primera delegada mujer de CC.OO que hubo en la empresa.

- ¿Cómo era la situación del trabajo de las mujeres en esa época?

- Totalmente precaria; hasta cumplir los 18 años no pagaban como un adulto, aunque trabajara igual o más. Abusaban de las trabajadoras, había mucho machismo. Hubo que luchar mucho. Son cosas que ya pasaron, pero quedan en la memoria. La igualdad fue complicada. Una mujer nunca ascendía, no llegaba a oficial. Me acuerdo que necesitaban mecánicos, y querían gente de la fábrica para preparar. Otra compañera, Amparo, y yo fuimos a apuntarnos porque queríamos ser mecánicas y nos rechazaron porque éramos mujeres. Eso me pareció muy mal.

-¿Le gustaba el puesto de mecánico?

- Éramos jovencitas, queríamos aprender y ver si éramos capaces. Era la forma de progresar y tener un ascenso en la empresa.

- ¿Cómo fue el paso suyo a delegada sindical?

- Cuando despidieron a Encarnación, porque estaba recogiendo firmas para tumbar el comité que había, que era todo de UGT y afín a la dirección. Teníamos que conseguir las firmas del 51% de la plantilla. Ella tenía en una cajita la lista escondida y se la cogieron. A consecuencia de eso, la despidieron. Fue el primer conflicto, pero al final, ella llegó a un acuerdo con la empresa y decidió irse cansada de las presiones que tenía que soportar. Y como veía que había tantas injusticias y castigos, decidí a presentarme en las siguientes elecciones sindicales.

- ¿Había mucha discriminación?

- A las mujeres no las dejaban fumar, tenían que hacerlo escondidas en el baño. Cosas que hoy no tienen lógica, y en aquel momento había que empezar a luchar para conseguir la igualdad de derechos que tienen hoy. Mucha gente que disfruta hoy de los derechos no se acuerda de dónde vienen, que costaron mucho conseguirlos.

- ¿Y cuando llegaron las elecciones sindicales?

- La verdad creía que íbamos a sacar un delegado o dos como mucho, y salimos cinco de golpe. La mayoría absoluta del comité. Esa noche y la siguiente creo que no dormimos ninguna de las cinco. Y el jefe fue a tomar algo al bar de enfrente y les dijo me cago en la leche se me llenó la fábrica de comunistas. Teníamos un miedo en la primera reunión que nadie se puede imaginar.

- ¿Por qué?

- Era un jefe duro. Eran los hombres que había antes. Él no era diferente a mi padre y a la mayoría de los hombres que estaban acostumbrados a gobernar y que no consentían que las mujeres dominaran nada. Y nosotras íbamos ahí para exigir. Le dije a mis compañeras, si él grita, nosotras no podemos asustarnos, nosotras también para que vea que llevamos fuerza. No nos podía asustar el primer día.

- ¿Y cómo fue?

- La primera reunión fue un poco rara, pero él tenía que tragar y hablar con la representación sindical de la plantilla, no le quedaba otra. Tengo que decir que me acompañaron 4 mujeres muy valientes; Maricarmen Arias, Maricarmen Cuadrado, Luisa Fresco y Ester Vázquez. Ya no estaba yo sola, éramos 5 y con el apoyo de la mayoría de la plantilla, aunque el blanco fácil era yo. Sin ellas no hubiera hecho nunca nada. Tuvimos que ir aprendiendo paso a paso, sabiendo lo que queríamos, que era conseguir mejoras, que nos trataran como a los demás.

- ¿Y cómo fue la relación del jefe con vosotras?

- A mi me hizo la vida imposible, pero queríamos conseguir cosas, como que se pagaran los atrasos, el calendario laboral porque hasta ese momento se hacía a favor de la empresa con jornadas de más. De hecho, en esa época tuvimos muchísimas reclamaciones. Nosotras no sabíamos mucho, pero nos asesoraba el abogado del sindicato. Tuvimos que presentar muchas denuncias en la Inspección de Trabajo. Se hacían regulaciones de empleo solo para mujeres; de una vez quiso echar a 40 trabajadoras a la calle. Eso dice mucho de un director de planta, yo creo que él tendría madre y mujer.

- ¿Consiguió esa regulación?

- No lo consiguió nunca. Después intentó hacer otra regulación metiendo a algún hombre en el medio. Planteó varias y se encontró con la oposición de todos.

- ¿Hubo movilizaciones?

- Sí, la primera manifestación que se hizo en Vilagarcía por el día de la mujer fuimos las trabajadoras de Megasa delante del Concello. Fuimos en autobuses a protestar a Vigo ante la delegación de Trabajo, a Santiago, manifestándonos en contra de los despidos de las 40 mujeres. Fueron movidas muy grandes, manifestaciones también por Vilagarcía. Fueron tiempos muy duros, que también nos impidieron disfrutar de nuestros hijos porque a las cinco nos costó perder de vista a nuestros hijos todo el día. Porque, además de las manifestaciones, íbamos a controlar que no se llevaran el trabajo a otras fábricas ya que, para poder justificar la regulación de empleo, desviaban la fabricación a otras plantas con gente que no era de nuestra empresa. Para localizarlos y denunciarlos, teníamos que dedicarnos a buscar durante lo que nos sobraba del día. Sabíamos que estaban trabajando en algún sitio.

- ¿Y la inspección de trabajo?

- Denunciábamos, pero nos dejaban un poco de lado. Tuvimos que ir a Inspección a manifestarnos para que nos hicieran caso. Fue una época muy complicada, y nuestro sindicato siempre nos apoyó. A consecuencia de las movilizaciones que hicimos, a mí me amargaron la vida en la empresa.

- ¿Sufrió represalias?

- Me tuvieron siete meses en un almacén sola, alejada del resto, para que no pudiera hablar con mis compañeras. Me aislaron totalmente. Hoy eso sería un delito. Denunciamos varias veces, hasta que al final, justo en la víspera de Santa Rita, llegó el inspector y ordenó que me sacaran de allí. Después, me despidieron, pero ese despido duró solo 20 minutos. Me echaron fuera y la gente de mi turno salió conmigo y la que entraba a trabajar se quedó dentro paralizando la fábrica, no trabajaba nadie. Al final tuvo que readmitirme porque la empresa estaba totalmente parada en rechazo al despido. Tengo que agradecer el apoyo de mis compañeras, porque en aquella época había crisis.

-¿Costó mucho poder ir avanzando en derechos?

- Fuimos avanzando en derechos, aunque fue muy duro. A los pocos meses del despido que no pudo materializar, una noche el jefe vino a insultarme en mi trabajo acusándome de que le estábamos robando y llamó a la policía para que me echara. En aquel momento eran los Grises, y entraron en la fábrica. Después, en los últimos años, fuimos incorporando hombres en la lista del sindicato porque la plantilla se fue igualando. Después se incorporaron mujeres a la sección de litografía y cobraban igual que los hombres, aunque en el resto de los puestos como mecánico o electricista seguíamos vetadas.

- ¿Siempre estuvo como delegada sindical?

- Sí, siempre. Aunque ahora al final, sí ganaron las elecciones allí pero pactaron entre UGT, CIG e independientes y nos quitaron la mayoría. Pero seguimos siendo delegadas Carmen Arias y Dolores Cuevas. Para mí, Carmen Arias fue uno de los apoyos más grandes, estuvimos juntas hasta el final. Cuando empezamos teníamos mucho miedo, no estábamos acostumbradas a sentarnos a negociar con un jefe, o ir a las reuniones del sector del metal y ver que éramos las únicas entre 80 hombres. De verdad, que presentarnos a delegadas sindicales fue por la rabia de que despidieran a la compañera Encarna. Lo pasé muy mal en los primeros años, pero yo considero que hoy me siento una mujer valiente. Lloré mucho, pero llegaba a casa e intentaba que todo quedara atrás en la fábrica.

-¿Y la familia qué le decía?

- Yo intentaba que la gente no notara mis problemas en la fábrica, yo tenía un hermano enfermo en casa, fue el segundo que murió de sida en Vilagarcía. Además, tenía dos hijas pequeñas y no podía llevar los asuntos de trabajo a casa.

- ¿Entendían su situación?

- Mi marido sí, porque era sindicalista en otra empresa, en carrocerías Castro. Mi madre me ayudó mucho con mis hijas, sino no podría dedicar tantas horas a la actividad sindical. Hemos llegado a pasear con nuestros hijos por la playa hasta la antigua fábrica Alemparte en pleno agosto para vigilar que no estuvieran haciendo las latas que tenían que fabricarse en Megasa en plena regulación de empleo. Fue arriesgado para las cinco delegadas; nunca les agradeceré lo suficiente el apoyo que me dieron porque fue arriesgado para las cinco. Seguimos siendo amigas. Yo creo que mi vida bien contada allí es para una película, porque sufrió mucho acoso.

- ¿Megasa era una empresa familiar?

- Sí, cuando murió el jefe quedó el hijo, aunque para mí las cosas no cambiaron mucho. Me tenia manía por el padre. Después de muchos años, me lo encontré en Alcampo (la antigua fábrica de Megasa) y me dijo que lo que había ocurrido ya pasó y que él era un compañero más. Sí, pero lo que me fastidió ya no tenía remedio. El también tuvo que ir aprendiendo cosas porque era joven y, junto a su hermano fueron tirando bastante bien en la fábrica. Las cosas buenas también hay que decirlas, trabajaron para salir adelante con la empresa.

- Después vino la venta de la empresa ¿Cómo lo llevasteis?

- Hubo muchas denuncias sobre la situación de la fábrica, con la Xunta por el medio por la emisión de los gases, y Medio Ambiente es algo estricto con esas cosas. Tuvieron que instalar un aparato de un millón de euros para reducir las emisiones, pero la gente del entorno seguía protestando, y pienso que ellos ya no fueron capaces de luchar más. Al final vendieron la empresa. Para nosotros fue un trauma. A mí, personalmente, me quedaron muchísimas amigas y amigos por el camino. Me tuve que marchar para otra empresa sin la mayoría de mis compañeros. Fue un cambio duro, pero allí fuimos bien tratados. Nos acogieron bien, con respeto.

- ¿Os sorprendió el cambio?

- No sabíamos mucho lo que era eso, no estábamos acostumbrados a que nos trataran con tanto respeto. Ahí sí que noté el cambio, fue algo que me llamó la atención, el tratamiento que recibimos tanto por parte de los otros trabajadores como por la dirección. Yo no estaba acostumbrada a eso. En la otra empresa nos hablábamos a gritos, teníamos mucha confianza, como si fuera nuestra casa, como nuestra familia, fueron muchos años juntos y nos tratábamos con demasiada confianza. Ese respeto sigue en la actualidad, hoy es Ardagh, antes fue Impress, pero continúa el mismo tratamiento.

-¿Y ahora, cual es su situación?

- Los tiempos cambiaron mucho y las nuevas tecnologías han podido con los trabajadores más antiguos. Intentaron enseñarnos, unos aprendieron mejor que otros, pero muchas no fuimos capaces de adaptarnos a la nueva tecnología, con tanta informática. Es una multinacional y un error te lleva a meter los datos de la fabricación de aquí en otro país. Era mucho lío, y al final llegamos a un acuerdo en el Smac con la empresa y varios nos fuimos al paro unos quince trabajadores.