Corría el año 1999 cuando Sofía Quintáns Bouzada acompañó a su padre Juan Luis, ingeniero naval de profesión, en un viaje de trabajo a Angola. Aquella experiencia desencadenó la decisión de la joven vilagarciana de entregar su vida a los demás y convertirse en religiosa franciscana de la Madre del Divino Pastor.

A sus 37 años todavía tiene muy presente aquel momento. Aquella imagen vivida en un campo de refugiados de una niña muriéndose de hambre, "su cuerpo esquelético, sus gemidos y el olor se quedó en mí", reconoce Sofía. Solo tres años después aquella estudiante del colegio San Francisco de Vilagarcía se vio seducida por Jesús de Nazaret y su evangelio. "Nunca me faltó de nada y por eso mismo siempre sentí que podía ser feliz de verdad entregando toda mi vida".

Desde que se convirtió en hermana de la Congregación siempre manifestó su deseo de volver a Angola. De ahí, que cuando le surgió la oportunidad hace aproximadamente dos años no lo dudó. Allí desarrolla ahora labores en favor de una comunidad muy castigada en cualquier derecho legítimo de vida. Desde no hace mucho tiempo Sofía da clases en la Universidad Pública de Sumbe. Además trabaja en la formación de jóvenes y en infinidad de tareas que pasan desde el apoyo a diversos proyectos como la formación de futuras hermanas nativas. "Tenemos mucha ilusión en el progreso después de 15 años de presencia en Angola. Pero todo es muy lento y hay que ir paso a paso", señala.

El ingente caudal de solidaridad y soporte vital que supone la labor de las misioneras allí no está reñido con el aprendizaje de muchos valores. Sofía Quintáns tiene muy claro que toda su implicación emocional, afectiva y espiritual tiene un retorno en forma de descubrimiento de nuevos estímulos. En tres ejes fundamente la religiosa franciscana las enseñanzas recibidas, " lo primero que aprendí es a disfrutar de la belleza africana, de su naturaleza, de su cultura, de sus gentes. África, a diferencia de nuestros estereotipos es belleza que entra por todos los sentidos. Es alegría, familia, hospitalidad...".

Tampoco oculta la magnífica impresión que le genera el "descubrir una nueva cultura, con nuevos significados, valores tradicionales y formas distintas que necesitan sus propias respuestas africanas, no europeas. Lo nuestro para nada es lo mejor, ni es el prototipo. Esto supone vivir con ellos, saber estar para saber responder por nuestra parte. Ideal es que los propios africanos lideren sus propios caminos con dignidad y justicia".

El enfoque que los propios angoleños dan a su propia situación les ayuda a ser todo lo felices que pueden ser. Una filosofía que la hermana franciscana define como "aceptar la vida nas calmas. Esto es muy africano y muy humano. Saber afrontar la vida, no como nos gustaría que fuese sino como ella es de verdad. No tengo palabras, sí muchas experiencias que me invitan a aprender a vivir nas calmas".

La sensación de injusticia es lo que realmente duele a Sofía. Una resignación de la población que deriva en humillación y desesperación. "Tienen que aceptar salir en cayucos a la deriva o que en el hospital no haya nevera y la transfusión que recibe tu bebé le provoca la muerte. Aceptar que en la fila del banco, al blanco lo cuelen por ser blanco, o al negro por ser militar, o ministro, o?. Aceptar que no apruebes en la escuela porque el profesor te pida gasosa (soborno). Aceptar ser niña y abusen de ti. .. Aceptar tener un simple bocio y morir, como muchísimos, porque no hay agentes de salud formados?.".

Toda una labor humanitaria que descubre un corazón extraordinario puesto al servicio de un país en estado de precariedad máximo. Pero la propia Sofía apela a Eduardo Galeano para revertir tan injusticia y animar a todos a ayudar a conseguir la justicia y la paz: "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo". Todo un alegato en contra de la pasividad moral.