El castro de Alobre, situado en un promontorio sobre la ría de Vilagarcía, lindante con el conjunto histórico de Vista Alegre, conserva el estigma del olvido, incluso más que el abandono a la suerte de la naturaleza que algunos consideran la verdadera esencia de este espacio.

Van tres meses de la última actuación que consistió en talar los devastadores eucaliptos que crecieron de forma desmesurada en el entorno de la pequeña zona arqueológica que fue exhumada en los últimos años.

La actuación, a cargo de la Diputación, se quedó casi en nada pese a que había un compromiso firme de recuperar para Vilagarcía uno de los parques más singulares de la ciudad, que completaría el más conocido de Valdés Bermejo. Los propios arqueólogos que intervinieron en la presentación del proyecto de recuperación afirman que se trata de uno de los castros urbanos más importantes de Galicia, después del de la ciudad de Vigo.

Sin embargo, ni por asomo recibe el mismo trato. De hecho, son muchos los vilagarcianos que admiten que nunca se adentraron en este singular espacio público, que los historiadores llegan a identificar como el origen de la ciudad.

Queda mucho trabajo por hacer para frenar el desarraigo que afecta a este céntrico parque vilagarciano que necesita de actuaciones bastante más complejas que las que se han planteado hasta ahora.

Aquellos parches, que han supuesto un enorme desembolso cercano al medio millón de euros -entre lo invertido y lo comprometido-, siguen sin dar el resultado adecuado.

En estos momentos, O Montiño es un paraje inaccesible, abandonado a su suerte y destrozado a consecuencia de actos vandálicos que han acabado con todo el mobiliario de madera -ya podrido- que se instaló en diversas fases de inversión.

La Diputación ha comenzado a instalar carteles indicadores del Castro de Alobre en diferentes puntos de la comarca. Aunque la idea podría parecer positiva porque forma parte de la fase de divulgación de este entorno, el estado en que se encuentra el lugar puede provocar justo la reacción contraria a la que se busca.

El visitante que consigue llegar a la entrada al parque se encuentra con un camino de acceso que es absolutamente impracticable y lleno de basura acumulada durante meses.

Adentrarse en el parque supone también una auténtica aventura pues los senderos han sido borrados por la propia acción de la naturaleza.

Quien consiga sortear todas las dificultades de paso en el recinto también se llevará la gran frustración al llegar a la zona de excavaciones porque se trata de un yacimiento en el que apenas hay unos 90 metros cuadrados de edificaciones atribuidas a los antiguos pobladores de Vilagarcía.

A ello hay que añadir que apenas queda rastro de los siete paneles informativos que en su día daban alguna explicación histórica de lo que representó el lugar. Las estructuras de madera se encuentran ahora apiladas en el medio del monte, en estado inservible.

Por tanto, quien quiera visitar el lugar deberá ir con la lección aprendida. Recordar que Bouza Brey y otros historiadores habían descubierto desde 30 tumbas a un ara romana dedicada al dios Neptuno, rey de los mares.

Y es que el de Vilagarcía, además de un poblado celta a la usanza, tenía el privilegio de estar situado a orillas del mar Atlántico y, por tanto, ha sido uno de los núcleos que ha mantenido mayor relación comercial con otras ciudades de la Península y del continente, entre los siglos IV antes de Cristo y el II de la actual Era.

Existen también documentadas otras joyas arqueológicas como la fíbula de navicella, que apareció en una de las primeras fases de la excavación en este legendario parque vilagarciano, lleno de secretos todavía sin revelar y muchos misterios como la presencia de túneles aún por descubrir fehacientemente.