Se sitúan en ambos extremos de ese gran territorio que forman la comarca de O Salnés y el bajo Ulla, pero O Grove y Valga tienen muchas cosas en común. Una de ellas es que poseen sendos yacimientos arqueológicos de gran valor que, salvando las diferencias, pueden sucumbir al abandono.

Es cierto que la Diputación de Pontevedra anunció recientemente medidas para preservar lo poco que queda en el caso de San Vicente de O Grove y lo mucho que se ha descubierto recientemente en el valgués, pero después de tantos y tantos años de promesas, diferentes gobiernos e infinidad de promesas, no está de más recordar que, a veces, las palabras se las lleva el viento.

En O Grove muchos recordarán aún cuándo las fosas descubiertas en los años ochenta estaban ocupadas por esqueletos y a su alrededor había todo tipo de elementos museísticos de gran valor. Sucedió que no se actuó correctamente y que la desidia permitió que la erosión del mar destrozara el yacimiento y que los gamberros, ladrones y profanadores de tumbas hicieran el resto.

A lo largo de los últimos años se vivieron momentos realmente penosos, sobre todo cuando la maleza estaba más alta de lo habitual y cubría por completo Adro Vello, a pesar de que iba a ponérsele un piso acristalado sobre el que pasear y observar, que iban a continuar las excavaciones y que iba a promocionarse como elemento patrimonial y cultural singular.

Ahora la maleza también crece en Igrexa Vella, donde las excavaciones y descubrimientos son mucho más recientes que los de Adro Vello.

No cabe duda de que los romanos, que dejaron su huella en ambos casos, no permitirían esta situación, y menos cuando en tiempos de crisis como los actuales es más recomendable que nunca agudizar el ingenio y buscar fórmulas alternativas de promoción y divulgación como las que pueden representar estas dos excavaciones.

Hay que recordar que la campaña de excavación arqueológica en Valga permite documentar una secuencia histórica ocupacional que abarca desde el siglo IV después de Cristo hasta el XVIII. La primera ocupación de este lugar de la parroquia de Cordeiro data del siglo IV después de Cristo, en la época tardorromana. "Este nivel está documentado por la exhumación de estructuras murales, industriales y funerarias, así como por la recuperación de material ergológico", según los arqueólogos, que lograron recuperar "parte de un muro de mampostería roto por su extremo sur como consecuencia de las excavaciones de tumbas paleocristianas".

Ese muro, dicen los entendidos, "continúa bajo los muros de la primera iglesia de planta basilical, construida a partir del siglo V sobre los restos de la ocupación tardorromana", a la que pertenece igualmente un horno industrial para la producción de vidrio o metales recuperado en estas excavaciones.

En cuanto a Adro Vello, no está de más recordar que los arqueólogos localizaron allí los restos de cuatro etapas sociales y culturales claramente diferenciadas, con claras evidencias de una villa romana del siglo I que existió hasta el siglo IV, cuando habría sido arrasada por un incendio.

Ya en el siglo V empezó a formarse una necrópolis de inhumación cristiana, en la que pudieron haberse realizado más de 4.000 enterramientos a lo largo de 1.300 años, cuando las piedras se acomodaban a modo de ataúdes. Posteriormente se levantó una iglesia (siglo VII) y de esa etapa parece el yacimiento enterrado aún bajo la carretera, donde los arqueólogos calculan que puede haber 300 metros cuadrados más de yacimiento aún enterrado.