Si hay un lenguaje universal en el mundo, ese es el de la música. Aún para aquellos que desconocen el mundo de la ópera y su técnica, una representación como la de "Rigoletto" de Giuseppe Verdi es capaz de emocionar hasta al espectador más insensible. Y es que pocas veces antes el Auditorio de Vilagarcía había acogido un espectáculo de tal categoría, y eso se notó tanto en el escenario como en las gradas. Bisones y brillos en las señoras, mientras que algún caballero se atrevió a desempolvar el traje del armario. Todos querían recibir al elenco de Ópera 2001 como se merecía. Las luces se apagaron al filo de las nueve y cinco de la noche. Y ahí comenzó el espectáculo. El italiano no fue un escollo para el entendimiento porque si hay algo cierto en este tipo de historias, es que el drama humano no entiende ni de lenguas ni de épocas.

"Rigoletto" tiene la misma esencia que la telenovela más popular de las tardes en la televisión del siglo XXI, pese a ser un libreto ideado en el XIV: el duque de Mantua cuyo mayor vicio son las mujeres a las que no duda en mancillar y una doncella (Gilda) que traiciona la confianza de su padre (Rigoletto) y entrega su vida por el amor del primero. Todo ello entre sombras de "vendetta" y maldición muy propias del género.

Con voces de sobresaliente, un vestuario de lujo y una orquesta de matrícula, en Vilagarcía los actores resolvieron y con sobresaliente. El ritmo de la obra sólo se tambaleaba en ocasiones con los aplausos decididos y algún "bravo" de las primeras filas. La soprano que interpretaba a "Gilda" encandiló, el duque de Mantua consiguió ser odiado por todo el público femenino presente en el espectáculo y el actor que interpretaba a Rigoletto consiguió transmitir el deseo de venganza hasta a los más inocentes.

Los espectadores se removieron en sus butacas en varias ocasiones y aún más cuando sonaron firmes y seguros los acordes de la archiconocida "La donna é mobile" que muchos de los asistentes tatareábamos aún horas después de salir de la obra. Pese a todo, fue la escena final, con la muerte de Gilda en brazos de Rigoletto y su sentido y profundo amor no correspondido, la que arrancó lágrimas entre aquellos que pecan de sentimentales. Porque, como toda ópera que se precia, el final siempre es fatídico y con toques de tormento. Y el actor que representó al duque de Mantua el domingo se creyó el papel a pies juntillas y clavó al personaje como sólo los buenos artistas saben hacerlo.

En Rigoletto todos y cada uno de los personaje supieron tocar con maestría la tecla sensible de los presentes, sobre todo en la escena final con la muerte de la protagonista y con los gritos rasgados de "vendetta" del bufón maldito. Demasiada emoción en pocos segundos y mucha presión para los que llevaban aguantando las lágrimas desde el final del primer acto.

Giuseppe Verdi elaboró el libreto pensando en una Italia del siglo XIV y su representación ayer demostró que hay tópicos que, pese al paso de los siglos, nunca mueren.