El álbum familiar de José Moreira Casal está ya en "O Faiado da Memoria", el proyecto puesto en marcha por Antonio Caeiro para bucear en la memoria vilagarciana. Al hilo de las instantáneas, su hija, Maruxa Moreira Manciñeira, compone la historia de quien fue concejal del Partido Galeguista durante la II República y que siempre será recordado como "el médico de los pobres".

"Él sólo le cobraba a los que tenían dinero y después se lo daba al resto. Había ocasiones en que una familia no se podía permitir un tratamiento y no sólo no le cobraba sino que después le dejaba una moneda de plata debajo de la almohada para que se pudieran comprar las medicinas", relata su hija, de 83 años.

Su amor por la medicina le acompañó hasta el final. Maruxa recuerda que estando su padre muy enfermo, le llevaron a casa a un niño que sufría ataques para que lo curase. El se inclinó en la cama, pidió dos palanganas y metió al niño primero en la de agua fría y después en la de caliente para explicarle a sus padres como debían tratarle. Ese mismo día Moreira fallecía.

Su hija discrepa de un sacerdote que un día le dijo que su padre era un santo: "Supongo que como todo el mundo tendría sus defectos, por ejemplo, mucho genio", pero sí tiene claro que era, por encima de todo, una persona caritativa: "Todo el mundo recuerda aquel día en que yendo a caballo, mi padre se encontró con un hombre que iba descalzo. Así que se bajó, le dio sus zapatos y volvió a casa en calcetines". El caballo era su medio de transporte para trasladarse a las casas de sus pacientes, y muchas veces no regresaba en toda la noche: "Se quedaba con ellos si estaban graves o si tenían miedo a morir, para intentar tranquilizarles".

Caridad

Eso sí, su caridad no tenía nada de "cristiana". Su hija recuerda que jamás las acompañaba a los oficios religiosos pero tampoco ponía reparo alguno en que su familia rezase cada día el rosario o acudiese a la capilla de San José donde su esposa, Segunda Manciñeira, solía tocar el órgano. Ese contraste entre la religiosidad de su madre y la falta de fe de su padre, puso a Maruxa en un aprieto siendo niña: "Antes de irnos a la capilla, le pedí a mi padre que me diera un patacón para el cepillo. Y él me contestó que si San José quería dinero fuese a ganarlo. Cuando llegó el momento de pasar el cepillo, mi madre me dio una moneda para echarla y yo, en medio de la iglesia, le dije que de eso nada, que decía papá que el santo debía ir a trabajar para ganarse el dinero".

Cárcel y exilio

Tras el alzamiento, su padre fue perseguido y llegó a estar encarcelado en Ourense. Su mujer y sus cuatro hijos se vieron obligados a dejar el chalé familiar, ubicado en la calle que hoy lleva su nombre: "La alquilaron dos médicos, Fondo y Reigada pero cuando se les hundió el negocio, se montó allí un colegio", recuerda Maruxa. Tras compartir celda con presos comunes en la cárcel de Ourense, Moreira fue trasladado a un pueblo de Teruel. Empezó atendiendo la consulta de un familiar médico, sin percibir salario, a cambio simplemente de casa y comida y después fue contratado para atender tres pueblos: Alfambra, Perales y Peralejos. Su estancia coincidió con la batalla del Ebro y los nacionales le requirieron para prestar su servicio a los heridos de guerra: "Concluida la batalla, había tantos cadáveres de rojos que tapaban el ojo del puente. Las autoridades no dejaban que los enterrasen y mi padre tuvo que imponerse a ellos, alegando que o les sepultaban o provocaban una epidemia. Al final hicieron una zanja y arrojaron allí todos los cadáveres"

Estando en Teruel, Moreira enfermó (señal del destino, tenía el corazón demasiado grande, en todos los sentidos), y le permitieron regresar a Vilagarcía donde fallecería el 15 de marzo de 1944. Por aquel entonces, su mujer ya padecía una metástasis del cáncer de mama que le costó la vida.

De lo duro que fue ser huérfana de rojo en postguerra sabe mucho Maruxa Moreira. Primero, el colegio de médicos no le informó de que las oposiciones a la Seguridad Social primaban a los hijos de los facultativos. Y cuando, tras enterarse por un familiar, quedó de primera en la oposición, estuvo a punto de perder su trabajo por no cantar el cara al sol: "Yo era la secretaria del jefe provincial de servicios sanitarios- explica-. Teníamos jornada intensiva y nuestras oficinas estaban enfrente del cuartel de soldados La Molinera. Cada día, a las ocho de la mañana, formaban al son de la corneta y tenías que pararte y levantar el brazo. Pero resulta que yo un día llegaba tarde y para poder firmar a mi hora, porque sino no cobraba, me metí por detrás. Una compañera falangista me denunció por no cantar y el delegado me dijo que o traía un certificado de adhesión al régimen o perdía mi plaza".

Acudió a solicitarlo a casa del alcalde Lago, que la echó con cajas destempladas: "Me dijo que ¡cómo iba él a darle un certificado de adhesión a la hija de Moreira! Luego supe que mi padre le había denunciado por ejercer la medicina sin título".

Acudió llorosa a la confitería Beiras, cuyos dueños habían sido amigos de sus padres y éstos le dijeron que fuese a hablar con el comandante militar de la Guardia Civil cuya mujer, la carnicera Erundina Agra, había sido paciente de su padre: "Fui y me dijo: ¿cómo voy yo a negarle algo a la hija de Moreira, si le salvó la vida a mi mujer?". Y así, aquella actuación de su padre le permitió conservar su empleo.

Una pelea con Elpidio y un entierro sonado

La comisión para la memoria de Vilagarcía asegura que ningún nombre logra tantas adhesiones como el de Moreira Casal:"Hay gente a la que le preguntas de qué partido era su familiar represaliado y él te dice que de ningún partido que era afín a Don José Moreira", explican.

En la memoria colectiva, permanecen dos recuerdos: el entierro del médico, que acabó con varias personas detenidas por empeñarse en llevar a hombros el féretro, impidiendo el paso del carruaje, y su enfrentamiento con Elpidio Villaverde: "El alcalde le reprochó en un pleno que se hubiese gastado buena parte del dinero y del material de la concejalía de Sanidad, que Moreira lideraba, para curar a los estibadores que resultaron heridos en una huelga. La política era entonces tan pasional que acabaron a golpes". Y de lo sabido a lo secreto: "Hay quien dice que él le compraba petardos a los niños para reventar los mitines de la falangista Urraca Pastor".