El año 2021 en España será recordado por la erupción volcánica del Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma, que el pasado día de Navidad se daba por concluida después de casi tres meses escupiendo lava y borrando del mapa barrios enteros, producciones agrícolas, polígonos industriales y carreteras, con el consiguiente daño para la población y la incertidumbre que se generó durante las largas semanas en que no se adivinaba el final de un fenómeno natural tan atractivo como destructor.
La erupción comenzó el 19 de septiembre en la zona de Cabeza de Vaca, en El Paso, días después de que los servicios de prevención de fenómenos naturales hubieran registrado movimientos sísmicos inusuales y advertido a las autoridades, que dispusieron el desalojo de las viviendas más cercanas al volcán.
Desde los primeros días se entremezclaron dos sentimientos opuestos: por un lado la fascinación derivada de asistir a un hecho histórico, lo que llevó tanto a parte de la población local como a visitantes a querer asistir al espectáculo de luz, fuego y sonido; y por otra parte, las consecuencias de sus devastadores efectos: familias enteras tuvieron que abandonar sus hogares sin apenas tiempo de recoger sus pertenencias que, más tarde, contemplaban con desolación cómo desaparecían enterradas junto a sus casas; agricultores intentaban salvar sin éxito sus producciones de plátanos asistiendo impotentes a la devastación de sus tierras; y los científicos trataban de adelantarse al siguiente paso del caprichoso volcán.
Las cifras que dejó tras de sí la erupción son abrumadoras: más de 1.300 viviendas fueron sepultadas por la lava, además de edificaciones agrícolas, de ocio y hostelería, colegios, parte de un cementerio, un polígono industrial, un punto limpio, más de 73 kilómetros de carreteras y casi 370 hectáreas de cultivos, además de conducciones de agua, luz y telefonía.
Dos de los grandes pilares económicos de la isla se vieron sacudidos: el turismo, perjudicado por los constantes cierres del aeropuerto y por las cancelaciones de reservas, y la agricultura, concretamente la producción de plátanos, uva y aguacate.
Las estimaciones de daños efectuadas por las autoridades autonómicas cifraban las pérdidas en más de 900 millones de euros
Las estimaciones de daños efectuadas por las autoridades autonómicas cifraban las pérdidas en más de 900 millones de euros (el PIB de La Palma en 2018 fue de 1.580 millones).
Dormido ya el volcán, ahora queda recomponer la salud emocional y física de los que se vieron expuestos a la incertidumbre y la pérdida, además de a la respiración de gases nocivos. Y también queda pendiente el reto de reconstruir una isla cuya morfología ha cambiado, saber dónde reubicar a las personas que perdieron sus hogares, y si las ayudas presupuestadas por el gobierno central alcanzarán.